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Columnistas | PUBLICADO EL 06 septiembre 2022

Ejemplo

Claro, eso es normal cuando hay tragos de por medio, dirán algunos. Maldito vicio de normalizar lo que no se puede aceptar, porque más allá de la lora dada hay un daño profundo a la sociedad.

La psicología ve en el ejemplo la capacidad de modelar el comportamiento humano para bien o para mal. Por consiguiente, a un buen ejemplo, una buena reacción.

Pero en Colombia sí que cuesta el buen ejemplo.

Entendible, no aceptable. A ver... Nuestra sociedad es una mezcla de hechos benévolos y nefastos donde, infortunadamente, los últimos crean un patrón de aceptación de “ejemplos” no ejemplares.

Pensemos en Pablo Escobar. Más de una persona lo convirtió en ejemplo que seguir y aún muchos lo ven así. Recuerde que en su entierro lo lloraron un río, ignorando que era el delincuente más buscado del mundo, que puso al país en jaque a punta de terrorismo y que dejó una estela de dolor con su actuar sanguinario.

Ahora incluya unos más. El ejemplo del jefe de un combo delincuencial, que a punta de actitud de “chacho” se convierte en el sueño que alcanzar de los pelaos del barrio. El tipo que le pega a su esposa, pero merece el perdón porque en diciembre es la alegría y la animación de la fiesta y tal vez su mujer se lo buscó.

En fin, la lista es larga y sí o sí vamos a llegar a los que deberían ser ejemplos intachables, y no exagero con la palabra intachables porque son los responsables de orientar a una nación. Ya se imaginará quiénes. Sí, los políticos.

Algunos políticos tienden a hacer lo que no puede ser aceptado, pero gracias al poder que los inviste y la lógica del “usted no sabe quién soy yo”, sus actos terminan siendo aceptados.

Eso hace que un político borracho y desatado, que agrede y ofende profundamente y sin medir consecuencias a otros, que se salta las reglas de un lugar demostrando que las normas están hechas para violarlas, termine amparado por un “se le fueron las luces”. Claro, eso es normal cuando hay tragos de por medio, dirán algunos. Maldito vicio de normalizar lo que no se puede aceptar, porque, más allá de la lora dada, hay un daño profundo a la sociedad.

Puede que la persona haya pedidos disculpas. Válido que acepte sus problemas con el trago. Bien por el ser humano. Pero el mal ejemplo, convertido en un “si lo hace un congresista, ¿por qué yo no?”, queda ahí, calando en una sociedad que imita. Eso poco ayuda en un país que acepta lo inverosímil como si nada importara o, si no, que lo diga un turista en Cartagena al que le cobran un millón de pesos por una mojarra frita.

Ojalá esto sea un punto de inflexión para que lo inaceptable deje de ser el ejemplo, porque es inaguantable que argumentos tan primitivos, basados en lo incorrecto, sean el común denominador del comportamiento social.

A Albert Einstein le acuñan una frase: “Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás, sino la única manera”. No hay que decir mucho más. La frase lo dice todo 

Juan David Ramírez Correa

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