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Lo bañaron en miel, leche, flores y orina de vaca para activar sus poderes, según sus creencias, y lo arrullaron con cánticos los brahamanes.
Por Lina María Múnera Gutiérrez - muneralina66@gmail.com
Hay personas que quieren hacer realidad sus sueños a costa de lo que sea. Y si ello implica llevarse por delante a unos cuantos y arrasar con lo que estorba siguen adelante sin el menor miramiento. El nacionalismo hindú parece haber hecho realidad uno que tenía desde hace décadas y por fin ha inaugurado su anhelado templo dedicado al dios Rama en la ciudad de Ayodhya, en la India, donde se supone que nació.
Para cumplir con este sueño miles de militantes de organizaciones supremacistas hindúes tuvieron a bien acabar en 1992 con la mezquita de Babur del siglo XVI, porque creían que debajo de esa edificación hecha por el primer emperador mogol había antes un templo. Y aunque destruyeron otras 25 mezquitas y 250 casas y comercios de musulmanes, no pudieron encontrar pruebas de lo que buscaban. Y en cambio desataron una violencia tal en todo el país, que dos mil personas murieron aquel fatídico diciembre.
Sin embargo, nada de lo anterior fue óbice para seguir adelante con su sueño anhelado. El lunes pasado llegaron 8.000 invitados que incluían celebridades de Bollywood, deportistas de élite, políticos, diplomáticos y multimillonarios, así como cientos de miles de peregrinos para hacer parte de un ceremonial en el que el mismísimo Narendra Modi, primer Ministro indio, llevó a cabo rituales como si fuera el sumo sacerdote del hinduismo. Y esto, ojo, en un país que se dice laico según su Constitución.
El templo en realidad no está terminado, pero las elecciones de abril se acercan y Modi quiere ganar un tercer mandato —ya lleva 10 años en el poder—, de manera que había que activar ese sentimiento étnico-religioso que él tan bien maneja, aunque las obras no tengan visos de terminarse ni siquiera a finales del próximo año. Aquí lo que importa es el show que le permita a Modi recibir la bendición de sus electores, lo que no es poca cosa, porque el 80 por ciento de los habitantes de la India practica el hinduismo, o sea unos 1.000 millones de personas.
De manera, pues, que se ubicó en el altar al ídolo de piedra negra que representa al dios Rama de cinco años, pero con medidas de gigante. Lo bañaron en miel, leche, flores y orina de vaca para activar sus poderes, según sus creencias, y lo arrullaron con cánticos los brahamanes, estos sí sacerdotes. Cayeron pétalos del cielo lanzados desde helicópteros y Modi ejerció su papel protagónico después de haberse dedicado durante 11 días a practicar un ritual purificador que lo preparara para este ceremonial multitudinario.
Así, pues, Rama, una de las deidades por excelencia del hinduismo, que representa la conducta correcta y cuya misión es restablecer la justicia, se ha instalado en un lugar considerado sagrado mediante un espectáculo político y a costa de violencia e injusticias. El analista internacional Gaudi Calvo lo resumió en una frase: “El nuevo templo no es sólo un símbolo de las luchas políticas, sino parte de ellas”.