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El activismo ecológico ha mostrado dos vertientes opuestas en estos días a través de acciones que definen el actuar con cordura y sentido de la responsabilidad para salvar la vida de los animales, frente al show descerebrado y exhibicionista de quienes ven el arte como un simple objeto para defender sus causas medioambientales.
Empecemos por el primer caso. La Humane Society de Estados Unidos, una organización no gubernamental que defiende el bienestar de los animales desde su fundación en 1954, acaba de rescatar a 4.000 perros de raza beagle de una vida de sufrimientos innecesarios. Lo consiguió gracias a su lucha constante desde hace varios años contra una empresa de nombre Envigo que los criaba para venderlos a laboratorios de todo el mundo hasta por 1.000 dólares cada uno. Y se ha convertido en la incautación animal más grande en la historia de esta asociación.
La operación de entrega de los animales fue realizada con absoluto secretismo, sin cámaras, sin celulares y sin poder hablar con los empleados de la compañía que participaron en el proceso. Lo que siguió a partir de ahí fueron dos meses de recaudación en los que consiguieron 2,2 millones de dólares en donaciones y miles de personas que se lanzaron a adoptarlos a lo largo y ancho del país en una reacción que los medios han dado en llamar “beaglemania”. Los rescatados consiguieron con su libertad no solo tener un nombre en lugar de un número, sino sentir el pasto en sus patas por primera vez, pues no conocían nada distinto a una jaula desde que nacieron. Todo un triunfo de la civilización contra la barbarie.
Ahora viene la otra historia, la de dos miembros de un grupo de desobediencia civil llamado Just Stop Oil, que han tenido a bien, arrojar sopa de tomate contra el cuadro Los Girasoles de Vincent Van Gogh que se encuentra en la National Gallery de Londres, y luego pegarse las manos contra la pared. Las energúmenas pretendían con esta acción exigirle al gobierno británico que detenga todos los proyectos nuevos de petróleo y gas.
Ese tipo de actos se denominan “acciones de guerrilla”, pero bien podrían llamarse “acciones de malcriados”. Son jóvenes que se acercan a obras de arte, dejan sus mensajes y se pegan las manos a la pared o a los marcos. Luego proclaman un discurso en contra del uso del petróleo, algunos presentes lo graban y después lo viralizan en redes sociales. ¿Qué consiguen con eso? Al menos esta vez, nada pudieron hacerle al cuadro porque estaba protegido por un vidrio. Mucho menos detener las exploraciones petrolíferas. Pero sí lograron demostrar lo que significa ser intransigente, intolerante y fanático. Pedirles sensibilidad para entender la importancia de esta obra en la historia del arte ya es demasiado. Si la cantidad de matices que consiguió resaltar Van Gogh usando solo el color amarillo no logró detenerlas, es difícil imaginar qué puede hacerlo. Definitivamente hay gente que está decidida a llevarnos de vuelta a las cavernas a punta de actos vandálicos en nombre de reivindicaciones totalitarias .