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Esta semana, estaba leyendo esa revista maravillosa que es Letras Libres y me topé con un texto de la redacción que lamentaba la muerte de Pete Hamill, uno de esos buenos periodistas norteamericanos que solía leer en New Yorker y en las mismas páginas de la revista mexicana, liderada por Enrique Krauze. Murió el 5 de agosto a los 85 años y en la nota recordaban el porqué, para Hamill, Ciudad de México era “la otra ciudad de mi corazón”. Llegó a México en 1956 cuando se ganó una beca para estudiar pintura y escritura y, desde entonces, lo deslumbró el país entero, no solo por su “extraordinaria belleza”, sino por la lucha libre, los mariachis de Garibaldi y las películas de Pedro Infante. Siguió visitándolo con cierta frecuencia.
Pete cubrió la guerra de Vietnam y fue un caminante de los barrios marginales de Nueva York. En un texto que publicó Hamill en Letras Libres, un poco autobiográfico y bastante nostálgico por los grandes reporteros que ha tenido Norteamérica, recordó especialmente a Stephen Crane, uno de esos periodistas que quienes amamos el oficio deberíamos leer todo el tiempo para que no se nos olvide el valor que tienen la calle y las historias.
Crane, como lo recuerda Pete, fue la gran figura del florecimiento del periodismo estadounidense moderno. Era de esos reporteros que no paraban de buscar historias que dejaran entrever la complejidad, los peligros, las cadencias y los atractivos de la vida urbana, para luego publicarlas en los diarios de Nueva York, que durante el siglo XX dieron muestra de querer escribir más que simples noticias. A esa prensa, muchos le debemos la pasión y el amor por el periodismo.
Crane nació en 1871. Vivió solo 28 años, pero su vida fue intensa. En 1896 partió hacia Cuba para cubrir la guerra entre España y Estados Unidos. El barco se hundió la mañana del 2 de enero de 1897 y Crane y otros tres hombres tuvieron que nadar intensamente durante un día y medio hasta llegar a la orilla; uno de ellos murió, y Crane perdió el oro que le habían dado para su viaje. De ahí surgió su relato “El bote salvavidas”, que para H. G. Wells, “fue la cima literaria de su autor”.
Sin duda, esta columna se queda corta, siento a estos dos reporteros como faros en mi vida; por ahora, que sirvan de consuelo e inspiración los artículos de Pete Hamill y su libro “Por qué importa Sinatra”, y de Stephen Crane “La roja insignia del valor” y “Maggie, una chica de la calle”, una obra viva que hoy podemos leer con dolor, emoción y descreste narrativo.