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Columnistas | PUBLICADO EL 28 febrero 2020

DOS PRESIDENTES GOBIERNAN A MÉXICO

Por JORGE ZEPEDA PATTERSON

México está gobernado por dos presidentes: el hacedor y el predicador. Los dos están dentro de Andrés Manuel López Obrador. Por un lado, hay un político transformador con enorme sentido práctico y una voluntad descomunal para sacar adelante sus proyectos. Está investido de una conciencia social arraigada en su propia trayectoria y en el conocimiento del territorio y sus habitantes, particularmente los más necesitados. Este personaje es un hacedor por naturaleza; como alcalde de la Ciudad de México dejó una impronta en la capital que aún ahora la sigue definiendo, desde la renovación del Centro Histórico y los segundos pisos, hasta los programas sociales que luego fueron imitados en buena parte del país. Ahora mismo, en calidad de jefe de la Nación, en apenas quince meses ha puesto en marcha una andanada de proyectos e instituciones que están transformando las prácticas políticas y la vida pública: la Guardia Nacional, seguridad social universal, contrarreforma educativa, sistema universal de pensiones, reforma de la vida sindical y un largo etcétera.

Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con la bondad de muchos de estos proyectos, y solo el tiempo dirá si fueron los más acertados, pero nadie puede acusarlo de inactividad. Por lo menos en lo que toca a la distribución del ingreso o el combate a la corrupción, los primeros resultados son positivos, no así el desempeño de la economía o de la inseguridad, temas sobre los cuales el presidente pide un poco más de tiempo. Aún cuando en la intimidad pueda tener reservas su pragmatismo le ha llevado a conciliar con el presidente Trump, con los grandes empresarios de México o con políticas monetarias de austeridad y equilibrio presupuestal, áreas todas ellas naturalmente a contrapelo de su populismo de izquierda.

Pero también habita en él otro presidente. El predicador, el guía espiritual de la nación, el sabio que conoce nuestro pasado y desentraña el verdadero origen de nuestros males, aquel que día a día revela quiénes son los malos mexicanos y los exhibe.

Me parece que las dos dimensiones siempre han estado presentes en López Obrador e incluso se beneficiaban mutuamente. Pero tras escuchar cientos de Mañaneras (ruedas de prensa diarias) a lo largo de estos quince meses, tengo la impresión que el predicador poco a poco se está imponiendo al político práctico. Sus digresiones históricas son cada vez más extendidas y muchas de ellas sin venir al caso, sus llamados al bien y al amor universal son más frecuentes, su dedo flamígero nunca se fatiga para denunciar las faltas morales de los villanos (prensa y columnistas a su juicio pregoneros de los conservadores).

El presidente hacedor tiene una buena oportunidad de sentar bases para conseguir un país menos desigual y menos corrupto, más allá de aciertos y desaciertos, que los habrá. En ese sentido México necesitaba a un López Obrador y ahora que está en Palacio estamos ante una oportunidad histórica. El presidente predicador, en cambio, tiene la batalla perdida de antemano si ignora al hacedor y pretende transformar al mundo en lo que no puede ser.

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