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Los dinosaurios del ajedrez modelo 2021 lo recuerdan cuando activan el espejo retrovisor. Se atropellan para relatar la historia del falso positivo de la muerte, un 31 de diciembre, de doña Juanita, madre de Arturo Amaya, Chuflís en el mundillo de los trebejos.
AA tenía los clubes de ajedrez Maracaibo y Metropol por casa-cárcel. Llegó al Maracaibo la noche de ese diciembre pero no se pegó a la canoa que presidían los maestros Carlos Cuartas y Emilio Caro. Hizo rancho aparte. Un enviado especial a su mesa le preguntó por su retrecherismo.
“Mi mamá se murió y no tengo con qué enterrarla”, resumió Chuflís a un milímetro del llanto. Los trebejistas esculcaron sus deficitarios bolsillos e hicieron vaca. Encabezó la colecta don Arcadio Zuluaga, santuariano, dueño del Maracaibo. Chuflís se esfumó en la noche medellinense. La primera dama del ajedrez de sus días tendría cristiana sepultura.
Zuluaga, Cuartas, Caro y su combo, decidieron que había que dar el pésame. Cuando llegaron, encontraron descomunal despelote en casa de Chuflís. Buscaban a quién darle el pésame cuando apareció la “muerta” que estaba de parranda, como en la canción. ¿Y Chuflís?, le preguntaron. “Arturito, tan bello, nos trajo platica para que hiciéramos esta fiesta y se fue”.
Los ajedrecistas hicieron enroque corto y largo al mismo tiempo, y del dolor pasaron a la báquica alegría. Don Arcadio, furioso, se esfumó.
Días después del falso jaque mate, Chuflís se encontró en Junín con don Arcadio a quien encuelló y le encimó este sarcasmo: “¿Conque estás muy berraco porque no se murió mi mamá, no?”.
La historia circuló en el último almuerzo del año de los dinosaurios del ajedrez, como bautizó a esta secta el decano Jaime Escobar Gaviria, quien llevó de regalo “El jugador de ajedrez” de Stefan Zweig.
Hicimos la segunda en la velada, Emilio Caro, Jorge Hernández, Manuel Velasco, Salomón Kartzman, benjamín de los dinosaurios, y este aplastateclas. Para disolver el diptongo de feos y ricos en arrugas, asistió la campeona nacional de ajedrez, Melisa Castrillón, de sonrisa bella y perturbadora, ideal para desestabilizar contrarios.
Los dinosaurios evocaron el insuperable humor negro del fallecido Chuflís. Era amigo de los ajedrecistas de Medellín y Bogotá por donde paseó su risueña desfachatez.
Convirtió el ajedrez en su “modus vivendi, comiendi y bebiendi” desde que decidió abandonar su destino de vendedor de exhostos y cigüeñales.
De talento natural, pocón de estudios. Fue autodidacta, gran lector, crucigramista de varias charreteras, pato que veía siempre la jugada ganadora. Especialista en partidas rápidas, era de los primeros en llegar y de los últimos en desocupar el amarradero.
Como muchos personajes de esos clubes su único mobiliario era su cepillo de dientes, anotó el galerista Hernández.
(Por unas semanas estaré alejado de las cibercuartillas. Feliz año, y que no se cumplan todos los sueños en 2022 porque se quedarían sin agenda)