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Pantallas

hace 8 horas
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Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com

No sé en qué momento nos empezamos a llenar de pantallas. En un consultorio, ahí está un televisor. En un restaurante, a falta de uno, varios, por delante y por detrás, como anzuelos para que, así uno no quiera, la mirada se pose en alguna estupidez. En un gimnasio, filados, igualitos, al frente de las elípticas y las caminadoras. ¿En qué momento se nos metió en la cabeza que necesitamos tantas pantallas? ¿Qué buscan? ¿Así de inútil es lo que transmiten que pueden estar en cualquier parte apenas haciendo ruido, enturbiando los momentos que deberían ser espacios con uno o con otro que merece toda mi atención?

Como si fuera poco, la mayoría de los hogares colombianos, a falta de un televisor, tienen varios. Conozco gente que vive sola y tiene tres, y no estoy sumando un celular o una tablet. ¡Tanto ruido!, ¿a qué le tememos? Hace poco, estaba con uno de mis sobrinos esperando a alguien y vi cómo su mirada se posaba sobre una pantalla de televisor que estaba cerca. No parpadeaba. Lo observé un rato y luego le pregunté para romper el hechizo: ¿Qué ves? “Nada, es solo una pantalla”, su voz era reflexiva, como si fuera consiente de su hipnosis.

No deja de aterrarme que entre más pequeños son los apartamentos, las pantallas cada vez son más grandes. Que en las fiestas de adolescentes se está volviendo común la imagen de un grupo de ellos embelesados con sus celulares, también pasa con algunos adultos, todo hay que decirlo. Nada externo los perturba, no hay palabras entre ellos. Están solos estando en grupo.

En esa novela de Ray Bradbury, “Fahrenheit 451”, que sigue vigente en tantas cosas, a falta de un simple televisor, las familias tienen uno de cuatro paredes, uno que te dice lo que debes pensar y te lo dice a gritos. “Te hostiga tan apremiantemente para que aceptes tus propias conclusiones que tu mente no tenga tiempo para protestar, para gritar: ¡Qué tontería! [...] ¿Quién se ha arrancado alguna vez de la garra que le sujeta una vez se ha instalado en un salón con un televisor?”, dice uno de los personajes que, pareciera, viviera en el hoy.

Creo que nos ha hecho mucho daño suponer que tener un buen televisor, o cualquier pantalla, es un premio para el trabajador colombiano, que después de una larga jornada lo que más desea es echarse a ver cualquier bobada. ¿En serio?, tal vez por eso tenemos la pobreza mental que tenemos, nos condenamos a repetir las mismas cosas, a desconocernos y a temernos.

No estoy diciendo que quememos las pantallas como en “Fahrenheit 451” queman los libros, solo estoy diciendo que en este universo, de tantas cosas bellas en tiempo real, el día no tiene que iniciar y concluir con el rostro luminoso. Como sociedad estamos siendo víctimas de nuestro propio reality, estamos ahondando en nuestras miserias, eso sí, en Full HD.

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