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Según su definición científica, las ideas delirantes son juicios alejados de la realidad que además no pueden ser refutados, pues quien sufre de delirio sostiene sus ideas independientemente de cualquier evidencia. El delirio generalmente proviene de patologías psicóticas en la mente, y deben ser tratados por psicólogos y psiquiatras expertos.
Es importante entender que las ideas delirantes carecen de posibilidad de crítica, comparación o debate. Adicionalmente, y por lo general, las personas con delirio no consideran tener una enfermedad o un problema. Esto además lleva a que estas personas desconfíen de los demás, pues piensan que no existen motivos por los cuales estén equivocados, enfermos, o en problemas.
Un claro síntoma de una persona delirante es aquella que no tiene conciencia de que sus ideas delirantes son problemáticas, no solamente para la persona sino para la familia y -dependiendo de la posición que ocupe- para la sociedad.
En resumen: debatir con un delirante es inutil. No lleva a ningún lado.
Por esa desconexión con la realidad, se podría argumentar que a los delirantes lo que les gusta es oírse a si mismos, y oír a quienes piensan como él. La tolerancia al disenso también es minúscula. Sus discursos, sus debates, su insistencia en las mismas ideas, siempre, son señal de no estar conforme sino con lo que el delirante piensa.
No importa si se habla desde el balcón, o en un auditorio universitario en Stanford; no importa si está en Zarzal, Caracas o Corinto. Para los delirantes elegidos popularmente, no importa si la elección estuvo muy reñida. Ganar, así sea por un voto, es señal de que el pueblo le dio un mandato claro; una idea, en sí misma, delirante. Lo que importa es su visión del mundo, por más ilusa o imaginaria que sea, sin detenerse a pensar en el fundamento conceptual o científico de lo que dice. Llegan hasta tal punto, los delirantes, que a veces hasta re escriben la historia si es que eso los favorece.
Estas personas siempre buscan auditorios que aprueben su forma de pensar. No se aguantan disidencias dentro de su equipo de trabajo, pero sí por fuera y armadas. Eso sí, siempre y cuando no refuten sus ideas.
Afortunadamente hay métodos y curas para el delirio. Unas requieren del concurso de la persona que padece de esta enfermedad; hay tratamientos farmacéuticos antipsicóticos, psicológicos y psiquiátricos. Otros recomiendan psicodélicos. Pero como muchos creen que no tienen problemas, corresponde a los demás su contención.
Hay especialistas que recomiendan que lo que hay que hacer es dejar hablar a quien sufre de delirio, con escucha atenta pero siempre entendiendo que quien habla puede, en cualquier momento, soltar una idea delirante. Y cuando quien delira ostenta un cargo público de altísima influencia, esa es la labor de las instituciones. Que hable. Pero son las instituciones las llamadas a identificar esas ideas, y a actuar para no dejar que el delirio se apodere de la sociedad y se la lleve por el barranco. .