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El diablo le sigue jalando las patas a este país: por el costado derecho y por el izquierdo.
A Sergio Zuluaga, como contralor de Antioquia, se le había encomendado la tarea de vigilar la administración y el gasto de los dineros públicos por parte de entidades y funcionarios. Termina sindicado por la Fiscalía de orquestar una red de corrupción que involucra a alcaldes y otros servidores de segundo nivel.
Alias “Iván Márquez”, uno de los jefes negociadores de las Farc en Cuba, desgasta al gobierno y a la sociedad colombiana en una negociación de seis años, para anunciar esta semana que regresa al monte porque se siente “traicionado por el establecimiento”. Suma su ceguera a la de “Jesús Santrich”, con quien en coro, hace siete años, había advertido que para el perdón y la reconciliación solo había un “quizás, quizás, quizás”.
Zuluaga, en condición de ciudadano privilegiado, elige que es mejor controlar una máquina de supuesta defraudación a las arcas del Estado y a las responsabilidades que se le encomendaron. Sobre su cuello blanco ahora pende el filo de los cargos que le imputan por convertir la Contraloría en un ente de bolsillo, lleno de pruebas bochornosas.
Márquez y Santrich desprecian sus curules en el Congreso, como si su autoproclamada templanza ética y su humanismo revolucionario no se estrellasen con una pila de procesos judiciales por delitos de lesa humanidad y por otros tan poco altruistas como el narcotráfico. Escogen protagonizar una nueva versión de su historial de crímenes contra el país, cuando saben que las segundas partes siempre son peores. No importa si les agregan más sangre, más muertos, más violencia. Ese guion, con argumentos rebuscados de alzamiento y rebeldía, está tan gastado como las series de narcotráfico y mafiosos perseguidos por los gringos. Capos de esos que mandan cargamentos de diez toneladas.
A Zuluaga se le ve imperturbable, pareciera que aún se siente con poder para orquestar el movimiento de dinero y contratos a cambio de no reportar irregularidades desde la Contraloría de Antioquia, según rezan los expedientes y los motivos por los cuales un juez penal ordenó su captura.
Márquez, igual, lee un documento con el que advierte la llegada de una Segunda Marquetalia, como si fuese más promisoria que la Cuarta Revolución Industrial. Su empresa favorita es la criminal, ha desechado aquella paciente de construir la paz, en medio de las limitaciones y contradicciones de una nación en obra, empeñada en soñar.
Zuluaga y Márquez, cada uno por su orilla, emprenden el camino fácil, sin pudores, de dañar a la sociedad desde el escritorio y la guarida.