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Columnistas | PUBLICADO EL 14 marzo 2023

¿Debe estar la nación por encima de todo?

Inexplicablemente, y contrario a lo que su hija sugiere, el actual presidente de Colombia se ha caracterizado por priorizar todo, menos a la nación.

Por Javier Mejía Cubillos - mejia@stanford.edu

Hace unos días —a propósito de las acusaciones criminales que uno de sus hermanos ha recibido— Andrea Petro, hija del actual presidente de Colombia, publicó un trino en el que describía cómo ella consideraba que la nación era un valor superior, el cual debía estar por encima de la familia. En ese trino, sugería que su papá tenía una visión similar al respecto. Esta me pareció una reflexión interesante y hoy quisiera pensar un poco sobre ella.

Primero, es cierto que, con frecuencia, existen conflictos entre las diferentes unidades colectivas a las que uno pertenece. Si pienso en mi familia, quizá a ella le convenga que uno de sus miembros se enriquezca rápidamente. Sin embargo, puedo imaginarme muchos escenarios en los que esto es perjudicial para mi nación. Por ejemplo, si ese enriquecimiento es ilícito, deteriorará el orden legal y muchos de los valores que buscan la armonía en esa nación. Entonces sí, tenemos un dilema moral. ¿Ahora, cómo lo solucionamos?

La hija del presidente dice resolverlo aceptando la premisa de que la nación debe estar por encima de la familia. ¿Pero por qué deberían ser prioritarios los objetivos de mi nación sobre los de mi familia? Después de todo ¿qué es la nación? Quizá la versión más concreta de eso es la sociedad colombiana, o sea, la gente que vive dentro del territorio que solemos llamar Colombia. Y si de eso se trata, pues yo desconozco a la inmensa mayoría de esas personas. Es más, muchas de las personas que conozco, que viven en Colombia, ni siquiera me agradan. ¿Por qué debería ser más importante su bienestar que el de mi familia, que está compuesta de personas a las que conozco desde que nací y que me agradan mucho?

Una respuesta a esto está en que, de una u otra forma, todos vivimos en una sociedad amplia y nos beneficiamos de la cooperación en ella. Es decir, nuestras familias no cultivan la comida que consumimos, ni construyen las casas donde vivimos, ni nos operan cuando necesitamos una intervención quirúrgica. La disponibilidad de estas cosas resulta de la cooperación con personas fuera de la familia y, por esto, tanto ustedes como yo, deberíamos tener una moral que considere el bienestar de otros fuera de nuestras familias. En otras palabras, si nos beneficiamos de la cooperación social, necesitamos también pensar en cómo distribuir los costos de dicha cooperación.

¿Pero si esto es así, entonces por qué es la nación, y no el planeta, la unidad a la que uno le debe lealtad? Después de todo, los beneficios de la cooperación no vienen solo de lo que pasa dentro del país de uno, puesto que no vivimos en un mundo autárquico. Los insumos del agricultor seguramente se importan, al igual que los materiales del constructor, y el cirujano utiliza conocimiento que ha sido generado por personas en todas partes del mundo. Lo que hacemos en Colombia afecta al resto del mundo y lo que pasa en el resto del mundo afecta a Colombia.

Una buena forma de responder a esa pregunta es pensar en la idea del contrato social. Es cierto que muchos de los beneficios de la cooperación social son internacionales, pero la mayoría de los bienes públicos que uno recibe son, exclusivamente, nacionales. Por tanto, si uno quiere ser parte de la nación y disfrutar de las cosas que ofrece —cosas como un pasaporte con el que uno puede viajar a otros países o un sistema judicial que persigue a quienes hacen algo malo contra uno— es necesario aceptar sus reglas, y estas implican priorizar los intereses de la nación sobre los de otras unidades.

¿Pero y qué pasa con otras unidades al interior de la nación con naturalezas paraestatales? Por ejemplo, cosas como los resguardos indígenas. Estos son entidades que proveen bienes públicos a una población que, además, se siente conectada por razones culturales y étnicas a ellas. Cuando los intereses del resguardo se oponen a los de la nación, ¿cuáles debería priorizar un miembro del resguardo? ¿Y si hay conflicto de intereses entre la familia y el resguardo, cuáles deben priorizarse? ¿Aplica la misma lógica del contrato social?

Con esto lo que quiero es ilustrar la complejidad del asunto. Yo diría que toda persona reflexiva debería cuestionar la idea de que la nación está por encima de todo. Quizá la única persona de la cual esperaría una fidelidad absoluta a la nación es del presidente de la República. Después de todo, el trabajo de aquel es, justamente, representar los intereses de la nación.

Inexplicablemente, y contrario a lo que su hija sugiere, el actual presidente de Colombia se ha caracterizado por priorizar todo, menos a la nación. Su política energética está motivada por preocupaciones globales. Así, aunque interrumpir abruptamente la producción de hidrocarburos sería catastrófico para Colombia, el presidente la valida por los beneficios marginales que le puede traer al resto de naciones del mundo. Similarmente, en su política diplomática, el presidente ha puesto los intereses de sus amigos por encima de los de la nación. De tal forma, ha respaldado el accionar de políticos de izquierda en la región, incluso cuando los gobiernos legítimos de estos países lo han interpretan como intromisiones inaceptables a su soberanía. Y ni qué hablar de la política de seguridad, la cual ha sido extraordinariamente generosa con la protesta violenta de grupos sociales cercanos a su base ideológica, aun cuando eso ha generado mayor incertidumbre e inestabilidad general en el país. Yo sí quisiera un presidente que ponga a la nación por encima de todo

Javier Mejía Cubillos

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