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Tratan de meterle la mano a los mercados de energía, de salud, de alimentos, entre otros, asumiendo que el gobierno sí sabe cuanto cuesta un bien y si puede poner el precio ‘justo’.
Por David Yanovich - opinion@elcolombiano.com.co
El presidente Petro ha usado en varias ocasiones la palabra “especulación” para referirse de manera negativa o crítica al manejo de muchos de los sectores de la economía: la salud, los alimentos, la vivienda, la energía. Le gusta tanto, que hasta está promoviendo una marcha contra “la especulación” de los precios de energía.
Aunque la especulación generalizada en estos sectores claramente no existe, lo cierto es que esta práctica es fundamental en los mercados y la economía por varias razones. La primera es que ayuda a mantener la liquidez en los mercados, ya que los especuladores compran y venden activos frecuentemente. Esto reduce la diferencia entre los precios de compra y venta, facilitando las transacciones, y logrando revelar el verdadero precio de mercado de un bien o servicio.
Esta es otra de las razones por las cuales la especulación es crítica: contribuye a la formación de precios eficientes. Esto ayuda a que los precios reflejen mejor la información disponible en el mercado. Adicionalmente, los especuladores también ayudan a bajar la volatilidad de los precios, pues en muchos casos hacen apuestas sobre la dirección que va a tomar un precio, y son ellos quienes absorben esos riesgos de fluctuación de precios en el tiempo. Esto permite, entre muchas otras cosas, asignar el capital de una manera eficiente.
Y aunque a algunos les parezca inverosímil, los especuladores contribuyen de manera notable al crecimiento y desarrollo a través de la asunción de riesgos que permiten innovar y crear nuevos productos y/o servicios, o apostar a nuevas formas de hacer las cosas de manera más eficiente y costo efectiva.
Detrás de la crítica a la especulación, además de asignar una función de “justicia” a los precios, hay una idea equivocada de como lo que significan los precios como señales para la toma de decisiones. Para muchos en este gobierno, los precios deberían ser un reflejo exclusivo de la oferta en la economía, pues ha argumentado durante muchos años que estos deberían fijarse como una plusvalía “normal” o “justa” por encima de los costos de producción. Esto, con el fin de que no existan utilidades “injustas” para los productores.
El problema es que esta aproximación no tiene en cuenta las preferencias de los consumidores, y asume que es un planeador central, como el gobierno, que sabe que es lo mejor para ellos. Y por eso tratan de meterle la mano a los mercados de energía, de servicios de salud, de alimentos, entre muchos otros, asumiendo que el gobierno si sabe cuanto cuesta un bien y si puede poner el precio “justo”.
Pero resulta que la formación de precios viene de la interacción entre la oferta y la demanda, y en las economías de mercado es en plataformas de intercambio comercial donde se fijan los precios. Estos son una señal de eficiencia, de incentivos, y en ningún caso pueden cargar con además impartir “justicia”. Para eso hay muchas otras herramientas.
En vez de lograr reformas sociales y justicia social a través de distorsionar los mercados, lo que hay que hacer es que la economía crezca, se generen más oportunidades de empleo y emprendimiento, menor regulación, y más actividad. Y para lograr eso, la especulación es clave.