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El hombre que se tambaleaba en el poder transformó la crisis de origen estadounidense en una oportunidad para oxigenarse. No hay mejor forma de cohesionar internamente a una nación que la amenaza de un enemigo externo.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
Es paradójico. Hace poco más de un semestre el presidente de Francia, Emmanuel Macron, atravesaba una profunda crisis interna por la pérdida de apoyo parlamentario y las dificultades para formar una coalición gubernamental. Con la calle en oposición y la izquierda más radical en ascenso, Macron ha dado la vuelta a su situación al poner el foco en la política internacional. Hoy, con la presidencia de Donald Trump y la reconfiguración de alianzas, el francés pretende ser el abanderado de la Unión Europea. Quiere revalidar su liderazgo nacional desde su papel diplomático.
Durante buena parte del siglo XXI la voz de la Unión la tuvo Ángela Merkel. Su salida del poder y la crisis económica de los últimos años, sin embargo, quitaron poder a Alemania en este liderazgo. A su vez los británicos, que por décadas representaron otro bastión del europeísmo, terminaron por romper sus vínculos con el continente tras el Brexit. Macron está convencido, entonces, que es su momento. Como única potencia nuclear de la Unión y gracias a su ya longevo mandato, el francés conoce a Trump desde su primer periodo y se ufana de tener una buena relación con Washington en momentos de máxima aspereza. El francés aclara que Estados Unidos es fundamental para Europa -fue el primer líder europeo en visitar a Trump en la Casa Blanca tras su segunda posesión - pero, insiste también, en que es momento de construir un camino propio para el continente, diversificar su economía y lograr autonomía militar. Macron exhortó desde su llegada al poder en el 2017 a fortalecer a Europa en contravía de los discursos euroescépticos que aumentaron en los últimos años y los movimientos geopolíticos recientes le dieron la razón.
La caótica reunión entre el ucraniano Volodímir Zelenski y Trump, que echó por tierra los vínculos geopolíticos de Occidente, fue una cachetada de realidad para Europa. Tras encuentros de urgencia y espaldarazos a Kiev, el temor de una OTAN desmantelada por su principal impulsor dejó las primeras iniciativas: la más importante de todas es el rearme del continente con un plan de gasto de 800 mil millones de euros. Una Europa potente en lo militar pasó a ser la prioridad de los discursos continentales y la idea se cuela ya en la política interna de los estados miembro. En este proceso Macron saca réditos globales y nacionales. De momento, cada gran decisión parece pasar por su tamiz y ahora cuenta con el apoyo irrestricto de la presidenta de la Comunidad Europea, Úrsula Von der Leyen, y del primer ministro británico Keir Starmer.
El hombre que se tambaleaba en el poder transformó la crisis de origen estadounidense en una oportunidad para oxigenarse. No hay mejor forma de cohesionar internamente a una nación que la amenaza de un enemigo externo. Ahora, cuando no está claro de dónde podría venir la enemistad, el repliegue continental exige una voz unificada y Emmanuel Macron está dispuesto a convertirse en ella.