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No hay espacio para ambos en la Casa Blanca. Lo más sorprendente es que, por ahora, el Salón Oval parece estar más lleno por el espíritu de Musk que del hombre escogido por los estadounidenses en las urnas.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
La sombra enorme del multimillonario Elon Musk acecha la figura presidencial de Donald Trump. Lo acosa. Lo persigue. Amenaza con eclipsarlo. Le habla al oído en su mansión de Florida y le siembra dudas sobre su programa de gobierno. Sobre los postulados más duros contra la migración. Sobre la forma de hacer recortes en el Estado. Sobre los nombres que debe proponer para su gabinete o para agencias fundamentales. Pide que se mueva una cosa aquí y otra allá –todas ellas a favor de sus negocios– y también pone en cuestión a los conservadores más tradicionales de Estados Unidos. El sudafricano dueño de X y de Tesla –entre una decena de compañías más– lleva dos meses desconcertando un gobierno que, oficialmente, aún no arranca.
El presidente electo niega, a pesar de las pruebas, que su nuevo mejor amigo lo está utilizando. Dice que es él quien tiene bajo control los engranajes de la máquina cuando ya muchos, medios y colegas, amigos y enemigos, lo empiezan a etiquetar de títere. Aunque parecería ingenuo no reconocer que la historia reciente de la democracia estadounidense es el ejemplo de la política dominada por el poder económico, lo que ahora ve Washington con la influencia de Musk en las decisiones públicas es la radiografía más humillante de la manipulación del ejecutivo para favorecer a la élite multimillonaria.
Si bien desde las primeras horas del triunfo republicano Donald Trump le otorgó un cargo a Elon Musk (como director del Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge)) para podar las ramas que considere inocuas en el árbol del Estado, el empresario ha ido mucho más allá y desde su altavoz en X define la agenda del empalme. Cada trino mueve las columnas de Washington, hace correr –y llorar– a los veteranos de siempre, direcciona el presupuesto para el año que arranca. Mientras los políticos tradicionales se quejan, el mandatario electo calla y concede. Nadie esperaba una pasividad así en un hombre que ha delineado la figura de su personalidad desde la arrogancia y el narcisismo.
¿Cuánto puede durar este comportamiento? Desde el bando demócrata –y algunos rebeldes conservadores– esperan que más temprano que tarde estos dos enormes egos entren en colisión. No hay espacio para ambos en la Casa Blanca. Lo más sorprendente es que, por ahora, el Salón Oval parece estar más lleno por el espíritu de Musk que del hombre escogido por los estadounidenses en las urnas. Diríamos, en circunstancias levemente más convencionales, que esta especie de presidencia a la sombra es un giro inesperado en el curso de los acontecimientos políticos, pero con Trump no hay nada previsible. Ni siquiera las características de su personalidad. El hombre rabioso que levanta el puño y promete ir contra el establecimiento, ahora se ve como un perro obediente ante el poder del hombre más rico del mundo. Es de manual esperar pronto en esta historia un giro de tuerca.