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El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca marca un punto de inflexión peligroso para Estados Unidos y el mundo. Durante su primer mandato, Trump implementó políticas caracterizadas por la xenofobia, el racismo y la exclusión. Ahora, en un contexto global marcado por desigualdades crecientes, conflictos prolongados y una emergencia climática que agrava las violaciones de derechos humanos, su retorno plantea amenazas aún más graves.
Su primer gobierno debilitó principios fundamentales de la democracia estadounidense. Entre otras acciones, despidió inspectores independientes, minó la independencia del Departamento de Justicia y despreció normas esenciales como la transferencia pacífica del poder. Su rol en incitar el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 fue una de las mayores crisis democráticas en la historia reciente de Estados Unidos. Ahora, su discurso es más radical y su retórica más beligerante, prometiendo concentrar más poder y atacar a opositores.
El impacto de su retorno no se limitará a Estados Unidos. Trump anunció una nueva guerra comercial que podría destruir millones de empleos y exacerbar tensiones globales. Su negacionismo climático y oposición a políticas ambientales representan un retroceso desastroso en la lucha contra el cambio climático. Como una de las mayores potencias contaminantes del mundo, Estados Unidos no puede permitirse abandonar sus responsabilidades, pero con Trump al mando, parece inevitable.
Además, su victoria fortalece un frente global de populismo autoritario. Líderes como Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orbán en Hungría y Javier Milei en Argentina encontrarán en él un aliado que fomenta políticas de exclusión, discriminación y conflicto. El apoyo a estas agendas autoritarias, combinadas con ataques sistemáticos contra derechos fundamentales, amenaza con consolidar un modelo político basado en la polarización y el desdén por el Estado de derecho.
En cuanto a los derechos humanos, las promesas de Trump son alarmantes. Ha atacado verbalmente a comunidades vulnerables como son los inmigrantes y ha prometido represalias contra la prensa y sus opositores políticos. Estas acciones son parte de un manual autoritario que busca debilitar cualquier forma de resistencia a su poder. Según Daron Acemoglu, Trump en su segundo mandato sería aún más decidido y coherente en la promoción de su agenda, lo que representa una amenaza mucho mayor para la democracia.
A nivel internacional, el panorama tampoco es alentador. El sistema multilateral, ya debilitado, enfrentará un asalto mayor bajo Trump, quien durante su primer mandato despreció instituciones globales y debilitó los acuerdos internacionales de derechos humanos. La falta de liderazgo en este ámbito podría agravar los problemas existentes, desde las crisis migratorias hasta el cambio climático.
Sin embargo, la historia reciente demuestra que la democracia puede resistir desafíos significativos si la sociedad civil, las instituciones y la comunidad internacional actúan con firmeza. La amenaza de Trump no debe paralizar, sino movilizar a quienes defienden los valores democráticos y los derechos humanos.
Trump 2.0 no es solo un desafío político; es una prueba para el compromiso global con la justicia, la igualdad y la sostenibilidad. Resistir el autoritarismo y priorizar los derechos humanos son tareas urgentes en un momento crítico para el futuro del mundo.
