Pico y Placa Medellín
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Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
En la última década, Medellín eligió dos vocaciones económicas nuevas: el turismo y la creatividad, que son sectores interdependientes. Los turistas son atraídos por la historia y la vivacidad de expresiones creativas como la música, el grafiti y el urbanismo; no es una casualidad que el lugar más visitado sea la Comuna 13, principalmente por el Grafitour y las escaleras eléctricas. Las economías creativas, a su vez, se han fortalecido por la declaración de Medellín como “ciudad creativa”, plasmada en un acuerdo distrital y en las intenciones de las últimas administraciones; los creativos hallan en el sector turístico una oportunidad de difundir y fortalecer sus procesos y productos.
Por eso resulta contradictorio e incoherente que la alcaldía decidiera borrar grafitis que correspondían a acciones colectivas y políticas de nuestros artistas urbanos; me refiero particularmente al mural con la frase “Nos están matando”. Si bien el grafiti tiene carácter efímero y los artistas saben que sus trazos serán remplazados con el tiempo, es diciente que, en esta ocasión, sus líneas y colores hayan sido cambiados en silencio por una triste pintura gris basalto. Nadie discute la potestad de la alcaldía para cuidar e intervenir el espacio público, pero en este caso no hubo tacto con los artistas ni respeto por el significado del mural borrado. No hubo comprensión ni implementación del acuerdo distrital de arte urbano que debería regir las acciones de la administración en este tema. No hubo, al parecer, reflexión sobre el valor de la intervención de decenas de artistas que, de manera formal y organizada, se juntaron para pintar.
La frase puede gustar o no, pero fue, sin duda, una expresión política de descontento y preocupación por una situación que no deja de presentarse en nuestro país: el asesinato de líderes sociales. Y no puede afirmarse, con ligereza, que el mural genere caos, desorden, suciedad y fealdad.
Ante la acción de la alcaldía, los artistas se juntaron para repintar su frase; entonces apareció un concejal, desconocedor del valor del arte, insensible a los procesos culturales y a los dolores de la juventud, para borrarlo de nuevo. Genera dolor esta insolencia y causa preocupación, la tendencia a querer borrar al otro, a callar a quienes piensan diferente; es una actitud que vemos en el presidente y sus huestes, pero también en miembros de la oposición que encontraron en el irrespeto la forma de figurar. El matoneo, el silenciamiento y la cancelación del otro se volvieron herramientas de quienes se sienten incómodos con el debate democrático.
Pero el arte es perseverante y, una vez más, los creativos se juntaron para cambiar el lánguido gris por la frase “El arte no se calla” acompañada por los rostros de Débora Arango, Pedro Nel Gómez y Jaime Garzón, artistas que dedicaron parte de su obra a criticar los desaciertos del sistema.
Espero que ahora la alcaldía sea más astuta y coherente para abordar el tema, pues fácilmente pudo convocar a los artistas para proponerles una nueva intervención, evitando un enfrentamiento. Borrar los mensajes incómodos no genera ciudadanía; callar al otro no crea convivencia; recordemos que el arte no es decoración, es reflexión. “Nos siguen matando”, dicen las cifras, pero al presidente de turno y sus seguidores parece no importarles ya; “nos están borrando”, dicen los muros, y preocupa que esa violencia provenga de representantes de la institucionalidad.