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Columnistas | PUBLICADO EL 28 marzo 2023

Conversaciones compartidas

Muchas veces sabe más sobre nosotros el algoritmo que nosotros mismos y entonces las decisiones mas importantes las tomamos a partir de ese que somos virtualmente.

Por Amalia Londoño Duque- amalulduque@gmail.com

Hay una palabra que nos quedó de herencia después de la pandemia: reinventarse.

La usábamos en colectivo cuando nos cayó el virus y el encierro y teníamos que pensar cómo seguir funcionando en esas circunstancias.

Muchos de nosotros tuvimos importantes momentos de introspección, de lectura, de reflexión. Pensábamos que podríamos ser distintos después de todo.

Leí hace unos días un articulo en el que Yuval Noah Harari compartía las herramientas mas importantes para sobrevivir respondiendo a la pregunta: ¿tenemos la estabilidad mental y la inteligencia emocional para reinventarnos repetidamente?

He pensado mucho en eso este año. He sentido que han pasado tantas cosas en tan poco tiempo. Para muchos seguro ha sido sencillo, pero para otros ha sido una avalancha de situaciones. No hay descanso ni tregua ni tampoco un chance para respirar.

Todo está cambiando aceleradamente: los espacios, las relaciones, las ciudades, la política, las profesiones.

Decía Harari en esa entrevista que : “Hay que tener presente que mucho de lo que hoy aprendemos podría dejar de ser relevante en 20 o 30 años, así que, sea lo que sea aquello que uno haga, también tendría que invertir en el desarrollo de la inteligencia emocional, el equilibrio mental y la capacidad de mantenerse cambiando y aprendiendo y reinventándose a lo largo de la vida”

Pero, ¿cómo? ¿Aprender de neuroplasticidad? ¿De neurociencia? ¿Como lograrlo?

Una de las cosas que mencionaba Mariano Sigman en su libro, El poder de las palabras, es la importancia del lenguaje para nuestra mente, para eso que imaginamos cuando nos describen algo, cuando nos entregan una historia.

Deberíamos entonces tener la capacidad de identificar cuando la máquina quiere hacernos sentir algo, deberíamos hacer más preguntas sobre cómo sentimos y por qué, sobre cómo quisiéramos sentirnos y qué búsquedas emocionales priorizamos.

En el libro Gracias por llegar tarde: una guía optimista para prosperar en la era de las aceleraciones, Thomas Friedman dice que “La aceleración cambia todo. Cambia cómo debemos pensar sobre la política, la educación, el trabajo, la comunidad y el liderazgo.”

La información es una moneda de cambio, el tiempo corre distinto, las formas de relacionarnos son otras.

Muchas veces sabe más sobre nosotros el algoritmo que nosotros mismos y entonces las decisiones mas importantes las tomamos a partir de ese que somos virtualmente.

¿En qué se convierten las ciudades cuando dejamos que unos pocos las piensen?

¿Cómo se transforman las relaciones que no conversan? ¿Qué va a pasar con las generaciones que hoy son niños cuando tengan 30 años? ¿Cómo serán sus tiempos en pantalla? ¿Sus interacciones?

Todo esto debería ser una conversación compartida, la certeza de que en la incertidumbre, podríamos pensar juntos maneras de sobrevivir que lejos de ser respuestas automatizadas o herramientas dadas por el chat GPT, representen mejor el origen y la naturaleza humana. Ya hemos sabido adaptarnos antes, el reto ahora es no perdernos en este nuevo mundo.

Y por eso quisiera dejar una idea:

¿Qué tal si creamos espacios para conversaciones compartidas?

La conversación es el tejido vivo del pensamiento, dice el historiador y filósofo británico Theodore Zeldin. Y sumaría una cita más, de una de las más brillantes académicas alrededor del tema, Sherry Turckle: “Las conversaciones son la forma en que las mentes colisionan y los mundos cambian”.

Amalia Londoño Duque

Si quiere más información:

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