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Darío Acevedo, director del Centro Nacional de Memoria Histórica tendría que renunciar. A su polémica hoja de vida, repleta de declaraciones sesgadas y en clara contravía al espíritu de la entidad -que ya fue vista como un problema cuando fue elegido- se le suma ahora un actuar que pasa de lo torpe a lo irresponsable en su relación con las redes internacionales de lugares de memoria. Si el historiador, que además es tuitero furioso e indolente, no pasa su carta de renuncia, el presidente Iván Duque debería pedirle la salida y buscar un reemplazo.
Acevedo hace un inmenso daño, nacional e internacional, a una entidad de la envergadura del CNMH que necesita en estos momentos iniciales el empuje y la colaboración de todas las partes involucradas en las décadas de violencia que nos trajeron hasta hoy. Pocos le creen. Muchos lo miran con desconfianza. Sus apoyos construidos desde la derecha más recalcitrante serían razón suficiente para su invalidez técnica. Pero él sigue ahí. Negando lo que ha dicho en el pasado y excusando sus errores en el papeleo de una entidad que, como director, debería conocer al detalle.
En una etapa clave para el país, cuando se adelantan los pasos definitivos para la consolidación de espacios tan importantes como el Museo de la Memoria, y frente a un gobierno que se comprometió a no hacer trizas los acuerdos, pero insiste en torpedearlos, el particular revisionismo de Acevedo no solo es conflictivo sino pernicioso. Su cuestionado mandato al frente del CNMH recibe con frecuencia acusaciones de censura que se agravan con actitudes vergonzosas como la de la semana pasada.
La respuesta ante tanta crítica es la de un lloriqueo más típico de político que de académico. Insiste en la idea de que su mala hora no es el resultado de sus errores, evidentes, sino la consecuencia de meticulosas conspiraciones, “campañas de saboteo” y “linchamiento mediático”; todo urdido por la oposición. Frente a los hechos responde con suposiciones. Ante las pruebas contesta con evasivas. Y mientras tanto la construcción de memoria de un conflicto que aún nos atormenta y nos desangra pasa a un plano irrelevante porque todas las luces se concentran en Acevedo y sus polémicas. Las víctimas, detrás de él, sufren por un protagonismo disminuido y su voz pasa a segundo plano.