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“Este gobernante”, me dijo un líder de amplia experiencia y reconocimiento, “no llegaría a una entrevista para ser directivo en las entidades que manejamos”. Lo más frustrante es que tenía razón. El político en cuestión, ya en el curubito del poder, no tenía la experiencia ni las competencias para ejercer su rol. Al final, su gobierno terminó pálidamente, no supo afrontar los desafíos de su tiempo, fracasó como dirigente y nos hizo perder tiempo, energía y oportunidades.
En política, los colombianos somos cada vez menos ambiciosos. En lugar de aspirar a ser dirigidos por personas con altos estándares morales y características intelectuales y profesionales admirables, nuestra barra ha bajado, llegando incluso a lo más básico, pobre e incluso patético. Elegimos por sustracción, no por preferencia ni mucho menos por inspiración. Hemos dejado de diferenciar una condición necesaria de una condición suficiente.
El carisma y la honestidad, que son apenas mínimos (condición básicas necesarias) para gobernar, se han vuelto suficientes, en el mejor de los casos, para preferir a un candidato. En cambio, la inteligencia, sensibilidad, respetabilidad, el conocimiento y tener una carrera sólida (condiciones suficientes y extremadamente deseables) parecen ser asuntos por fuera de nuestro alcance: vamos a votar tristes y resignados. ¿Tomamos un camino diferente? ¿Conversamos de esto, aprovechando que estamos en un año de elecciones regionales en el que tanto nos jugamos?
Hablemos del perfil personal, no olvidemos que elegimos a seres humanos, no a personajes de ficción o de redes sociales. Escoger a alguien para un cargo directivo es una ciencia. Leamos a Claudio Fernández-Araoz, académico y asesor de grandes firmas de talento humano, en su artículo Cómo elegir al próximo Papa, una gran reflexión sobre el proceso de selección de un líder. En su carta a los cardenales que elegirían a Francisco I subraya que lo esencial es buscar a alguien que tenga la motivación correcta, un para qué claro. ¿El candidato está enfermo de poder, quiere solamente ser Presidente, tener dinero o hace poses de mesías en sus apariciones públicas? ¿No sería mejor elegir a un verdadero servidor que trabaje por la dignidad humana y la protección del planeta? Propone, además, una mezcla casi paradójica de un compromiso feroz (ganas) y una profunda humildad personal (desapego).
La experiencia cuenta, debemos elegir personas “filtradas”, como sugiere el académico Gautam Mukunda en su libro Eligiendo presidentes. Busquemos a gente tamizada por las dificultades, los desafíos, los fracasos, los cargos y los años. Alguien “hecho”, pronunciado con jota, como diría mi abuela. También, y con esto podríamos eludir la mentira y el populismo, recomienda buscar personas que combinen “plomería y poesía”, capaces de inspirarnos con sus discursos, por eso la poesía, y, al mismo tiempo, de resolver problemas sociales de una manera pragmática, de ahí la plomería.
Hagamos pronto esta tertulia, porque los años electorales pasan volando. Hay que participar en política porque, si no lo hacemos, la política nos arrollará. Trabajemos con “los frutos de la tierra” sin ser ingenuos; busquemos a alguien bueno de corazón que dé todo por su ciudad. No perdamos, en cualquier caso, las ilusiones ni las ambiciones. De eso se trata, finalmente, el bellísimo oficio del servicio público, de elevar nuestros estándares morales, de promover y avanzar hacia altas y bellas aspiraciones colectivas que nos inspiren y nos trasciendan: la situación no está para elegir al “menos malo”
*Director de Comfama