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Columnistas | PUBLICADO EL 23 noviembre 2021

Cazafantasmas

Por humberto montero hmontero@larazon.es

Si Nietzsche levantara la cabeza, nos la cortaría a todos. Porque de su “Dios ha muerto” ha surgido no un superhombre, sino todo lo contrario. Un “infra-ser” que, lejos de no creer en nada, se lo cree todo. Cuanto más estúpido, mejor. Por eso, los periodistas nos hemos convertido en cazafantasmas. En este mundo etéreo donde todo es manipulable con una simple aplicación, resultan más difusas que nunca las certezas absolutas a las que agarrarse. Y como nadie sabe muy bien qué fue un “fake” y qué no, las opiniones se “bunkerizan”.

En un segundo me haré entender. Hay millones de estos “infra-seres” empeñados en hacer comulgar con ruedas de molino a los más crédulos con el cuento de que Cuba y Venezuela son lo que son por un bien superior.

Pongamos un ejemplo. La Venezuela que precedió a la victoria de Chávez, en diciembre de 1998, era un país libre. La prueba es que Chávez arrasó en las urnas. Hoy, nadie se cree los resultados electorales del domingo ni reconoce a su presidente Maduro, salvo China, Rusia, Irán, el norcoreano y sus satélites latinoamericanos. Espectra, vaya.

Hechos. Chávez llegó al poder después de una década con el barril de crudo entre los 14 y los 25 dólares, y vivió un “boom” que no sirvió para enriquecer a sus secuaces. Durante el sexenio 2003-2008, el período más largo de crecimiento sostenido de los precios del crudo, el coste del barril se cuadruplicó. Se rompieron todos los techos, hasta que en 2008 el precio del petróleo rebasó por primera vez los 100 dólares por barril. A pesar de la caída desde agosto de 2008, los precios del petróleo, en promedio —y en términos reales, es decir, al deflactar la inflación—, sobrepasaron por primera vez su máximo valor histórico, registrado durante el choque petrolero de 1980. Este es un hecho inapelable. Con Chávez, Venezuela vivió el mayor esplendor de precios del crudo nunca visto, que sirvió para financiar a Cuba, a los Kirchner, al cocalero Morales y a un sinfín de “movimientos garrapata”.

Sé de lo que hablo, porque he visto el vodevil que cada noche se representaba en el Meliá Caracas: un trajín de petroleros rusos cargados de putas, agentes cubanos por doquier, presuntos ideólogos europeos comprados con ron, dólares y más putas, y Jimmy Carter tratando de aparentar que entendía algo de aquel circo.

En lugar de cumplir sus promesas, la dependencia bolivariana del petróleo se agudizó, hasta representar más del 90 % de las exportaciones, mientras se dilapidaban los recursos. En 2013, cuando falleció Chávez, Venezuela ya había tirado por el desagüe más de una década de récords sin impacto en la creación real de riqueza para Venezuela. Pero como colocó a un bobo que le hiciera bueno, desde la llegada de Maduro el PIB de Venezuela habrá perdido a cierre de 2021 el 83,5 % de su tamaño, pasando de los 258.993 millones de dólares que tenía hasta apenas 42.530 millones, una cifra muy inferior al PIB de Antioquia.

Las previsiones muestran la debacle. El FMI calcula que, gracias al alza de los precios petroleros, el desplome del PIB venezolano “solo” alcanzará el 5 % este año y el 3 % en 2022. Será uno de los pocos países del mundo que decrezca, junto a Birmania, Bután y Bielorrusia. Otro éxito.

En resumen, Venezuela acabará el año con un PIB per cápita inferior al de Nicaragua y Haití, hasta ahora los vecinos más pobres. En 2012, el PIB per cápita de Venezuela era de 11.993 dólares; nueve años después, esa cifra será de 1.627 dólares. Después de 47 meses de hiperinflación, imparable incluso después de tres reconversiones y de borrar 14 ceros de su moneda en 13 años, el 76,6 % de la población vive con menos de 1,2 dólares al día y 8 millones están desempleados.

Venezuela nada en riqueza, pero, pese a que el barril de petróleo supera los 75 dólares, “solo” sufrirá este año una inflación del 2.700 %, lejos del habitual 30.000 %. Sirvan estas cifras para “cazar” a todos esos ectoplasmas que, como el expresidente español Zapatero, tratan de defender fantasmadas 

Humberto Montero

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