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En solo unas horas hemos pasado de celebrar que se cumplen 90 días de tregua en Buenaventura a darnos de bruces con la realidad que nos golpea, recordándonos que la paz no se proclama ni se negocia, se gana. Una realidad que, tras el asesinato de nueve militares en tres días, nos advierte que la paz es frágil y tiende a romperse por el eslabón más endeble. No seré yo quien le diga al presidente Petro lo que debe hacer para acabar con un tumor que, lejos de extinguirse, se ha replicado por toda Colombia desde que en los tiempos de Uribe quedara casi aniquilado, aunque latente. Sin embargo, me permito sugerirle que no caiga en la tentación de creer que lo ocurrido en Buenaventura es aplicable al resto del país.
La tregua entre ‘Shotas’ y ‘Espartanos’, a la que se refirió Petro como “un proceso inédito sin precedentes” es un asunto de críos comparado con el desafío que plantean las disidencias de las Farc. El propio Petro lo reconocía implícitamente cuando pedía “aprender de cómo unos 1.500 jovencitos la mayoría negros” de entre 19 y 20 años “que se han venido matando entre sí (...) llevando a la ciudad de Buenaventura a ser una de las más violentas del mundo” han dado un paso adelante para cesar las hostilidades.
Por supuesto, la delincuencia común ante la inacción del Estado y de la sociedad puede llegar a ser asfixiante e igualmente dañina, como muestra el deterioro de una ciudad portuaria que debería ser una de las joyas del país y que, sin embargo, se ha convertido en una de las más violentas del mundo. Más de 80 días sin un asesinato en Buenaventura es una muy buena noticia para sus vecinos y toda una oportunidad para comenzar una regeneración que pasa por asegurar esa tregua con unos cuerpos policiales dignos, bien pagados y en suficiente cuantía como para garantizar la seguridad.
“La paz es el bien supremo de la nación”, declaraba Petro al convocar un Consejo de Seguridad Extraordinario para revisar la situación de orden público tras la muerte de seis militares a manos de la columna ‘Jaime Martínez’ de las disidencias de las Farc en el municipio caucano de Buenos Aires.
Un ataque que se suma al que acabó con la vida de un suboficial y dos soldados el fin de semana pasado, y que a buen seguro no será el último.
Y es que, la paz no debe ser el bien supremo, sino el orden. Porque sin el segundo no se puede alcanzar la tan ansiada paz. Por eso, si Petro se empeña en poner la otra mejilla solo recibirá mandoble tras mandoble y dejará un país más violento del que ha encontrado.
Para ganar la guerra al cáncer hay que extirparlo y aniquilarlo. Hasta despojar al enemigo de cualquier tentación de rebelarse y reproducirse. Solo así puede uno regalar concesiones. Aun a riesgo de resultar impopular, Petro debe de ser implacable con los asesinos o estos jamás lo tomarán en serio. Firme hasta llevarlos, derrotados, a negociar la rendición, que no la paz.