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Por Beatriz de Majo - beatrizdemajo@gmail.com
En medio del torbellino del reacomodo político internacional en que China se encuentra como consecuencia de la estrambótica e impredecible política comercial liderada por Donald Trump, a Xi Jinping le ha tocado reordenar y reformular los criterios políticos internos de su país y preparar a China para un golpe de timón que deberá ser acometido en el nuevo Plan de Desarrollo 2026 – 2030.
Está siendo muy notorio al interior del país y por fuera de sus fronteras que, después de 12 años como Jefe del Partido Comunista y del Gobierno, Xi ha comenzado a mirar por el retrovisor para revisar el legado que le han dejado otros gobernantes y redefinir, con una brújula diferente, nuevas metas políticas. No se trata de reconocer equivocaciones ni de reparar entuertos dentro de la dirección estratégica del país sino de repensar el rumbo de la gran potencia a la luz del momento global que se plasmará en el XV Plan Quinquenal de Desarrollo que se encuentra en proceso de formulación para iniciarlo el año entrante.
En los días pasados han ocurrido asuntos notorios que han alimentado a los analistas, a los especuladores de oficio y a los detractores de la política oficial china, que llevan a pensar que se está produciendo una transformación importante en el omnímodo poder de que esta figura cimera ha gozado desde 2013. Un posible cambio de dirección ha sido reseñado por la prensa oficial escrita y televisiva y hasta ha sido puesta de relieve por el Diario del Pueblo, portavoz de la oficialidad.
A nadie se le ha pasado por alto en China que, dentro del marco de la preparación del plan quinquenal Xi ha decidido recuperar postulados liberales de Hu Jintao quien preconizaba un ejercicio transparente del poder a través de una visión democrática en el seno del partido y de cara a la opinión pública.
Pero en lugar de pensar que Xi está siendo obligado por sus copartidarios a reorientar rumbo del país, más bien habría que pensar que es el mismo Xi quien está revisando la estrategia de gobierno y las nuevas necesidades de actuación dentro del objetivo de una inserción mundial más eficiente y que ha sido ello lo que lo ha llevado a desempolvar el legado de Hu cuando el año 2012 le transfirió a Xi la batuta del poder.
Nadie en China ha acumulado más poder que Xi Jinping desde los años de Mao Zedong y nadie ha sabido manejarlo mejor que el actual Jefe del gobierno. Xi ha reducido el rol de otros líderes centralizando en sí mismo una gran cuota de poder, ha desarrollado la política exterior más agresiva llevando a China a constituirse en un marcador importantísimo de la dinámica global, ha reforzado el control sobre los medios de comunicación, las redes sociales y la sociedad civil y goza de enorme prestigio hoy dentro de la sociedad civil. Todo ello además de sus ejecutorias internas que no son necesariamente compartidas por todos pero que, sin duda le han valido un crecimiento notorio. También le ha tocado sostener con mano de hierro el país frente a las debilidades que han aflorado en el camino y que le han podido ganar reticencia entre la población más joven.
“Flexibilización” bajo Xi pudiera referirse a ajustes tácticos dentro de un modelo que continuará siendo rígidamente controlado. No es debilidad lo que ello muestra sino sagacidad. Tal flexibilización de políticas podría responder más a necesidades pragmáticas —como atraer inversión extranjera o estimular la innovación— que a una verdadera convicción democratizadora..