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Columnistas | PUBLICADO EL 29 mayo 2022

Ante la muerte de la luz

“Yo, como hijo colombiano que siempre creyó en la legalidad, quedaré algún día desparramado en uno de los pasillos del colegio en el que trabajo como profesor”.

Por Juan José Hoyos - redaccion@elcolombiano.com.co

Es uno de los dos millones y medio de colombianos que han emigrado a Estados Unidos en busca de una vida mejor. Se llama Pablo Ramírez Uribe y es profesor en una escuela secundaria de ese país. Después de la matanza de estudiantes en la escuela primaria Robb, en Uvalde, Texas, escribió una carta en la que hace duras reflexiones sobre las armas y la violencia en sociedades tan distintas, pero tan crueles, como las de Colombia y el país que lo recibió como inmigrante.

La carta fue publicada por el diario El Espectador en sus páginas editoriales. El motivo aparente del documento es la historia del revólver que el abuelo materno siempre trataba de mantener oculto cuando viajaba con sus nietos a la finca, por petición de los padres de ellos. A pesar de que era bravísimo, dice Ramírez, el abuelo siempre respetó ese deseo.

“Mientras escribo estas palabras, solo se sabe que un joven de dieciocho años entró a un colegio en Uvalde, Texas, y mató a veintiún personas. Dieciocho eran niños de entre siete y diez años. Hace diez años fue en Newtown, Connecticut: un hombre de veinte años masacró a veinte niños de entre seis y siete años. No ha pasado un mes desde que un supremacista blanco xenófobo y antisemita mató a diez afroamericanos. No habían pasado ni siquiera dos horas desde que se entregó el hombre de 25 años que le pegó un tiro el domingo a un pasajero en el metro de Nueva York”, dice la carta.

Luego añade: “Mañana le pediré al hermano de mi pareja que, por vivir en los Estados Unidos, me entrene en cómo usar una pistola. No va a hacer una diferencia: los políticos godos no actuarán más allá de mandar por Twitter esas palabras vacías que ya nos sabemos de memoria, ‘pensamientos y oraciones’, pues no quieren que sí se haga algo y que se les ‘viole’ la ‘libertad’ a tener tantas herramientas de muerte. La izquierda estadounidense continuará siendo absolutamente inútil; y yo, como hijo colombiano que, como cantó Charly García, siempre fui un tonto que creyó en la legalidad, quedaré algún día desparramado, desangrado, en uno de los pasillos del colegio en el que trabajo como profesor”.

Ramírez se lamenta de que algunos políticos republicanos ofrezcan como una posible solución guardias armados en los colegios o que los maestros estén armados y se pregunta: “¿Pero qué diferencia tendría el estar yo con un revólver si acá es legal comprar el tipo de rifles que se usan en los ejércitos? ¿Es eso lo que se han vuelto los colegios?”.

También deplora que después de cada matanza se repita el libreto de izar banderas a media asta y difundir discursos furibundos, mientras los familiares de las víctimas lloran y los partidarios de la venta libre de armas ofrecen oraciones vacías... Y, mientras tanto, nadie hace nada hasta que la próxima matanza se repite.

Ramírez termina diciendo: “A mi abuelo nunca le vimos el revólver, y nunca supimos cuándo lo tuvo que usar... Pero ya no sé qué más hacer. Discúlpenme, papá, mamá, hermana. Discúlpeme, abuelito. Ya veo que intentaron protegernos de un país violento, pero, desafortunadamente, salimos de uno para llegar —y posiblemente morir ametrallados— en otro”.

“Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz”, dice, sobrecogido, Ramírez, citando unos versos de Dylan Thomas, al pensar en el futuro suyo y en el de sus hijos.

Sus palabras me hacen pensar en la suerte triste de millones de mexicanos, salvadoreños, guatemaltecos, hondureños y colombianos que han huido y siguen huyendo de la pobreza y la violencia en sus países para buscar una vida mejor en el pantano de violencia en que se ha convertido Estados Unidos 

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