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Por Andrés Restrepo Gil - opinion@elcolombiano.com.co

Lobos y Corderos

La criminalización de los migrantes en Estados Unidos, que incluye niños y niñas, con la perorata injustificable, pero populista de Trump, es un ejemplo, triste y común, de este tipo de discursos.

05 de marzo de 2025
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  • Lobos y Corderos

Por Andrés Restrepo Gil - opinion@elcolombiano.com.co

Cuenta la fábula que el Lobo y el Cordero, por separado y por su propia cuenta, llegaron justo al mismo tiempo, al mismo arroyo. Se encontraron. En ayunas, hambriento e irritable, el Lobo, rebuscando un pleito, dijo: “¿cómo te atreves a enturbiarme el agua?” A lo que el Cordero, preocupado, asustadizo y afligido, responde: “no se irrite Su Majestad, considere que estoy bebiendo en esta corriente veinte pasos más abajo”. Insatisfecho y con su rabia intacta, el Lobo se idea otra razón para sustentar su irritación: “me consta que el año pasado hablaste mal de mí.” El Cordero le hace notar que, por una sencilla razón, es imposible que él, como un infante cordero, hubiese podido emitir un juicio contra él, un viejo Lobo: hace un año, dijo el pequeño y tierno Cordero, ni siquiera había nacido.

Lobo, más furioso que antes, dice que, si no fue él, entonces fue alguno de sus hermanos. En la misma medida en que es imposible insultar cuando aún no se ha nacido, no es posible que lo hagan los hermanos que uno no tiene: “no tengo hermanos, señor” aclara el cordero. Lobo, en la cúspide de su irritación, simplemente afirma, zanjando con esto la discusión: “Pues sería alguno de los tuyos, porque me tienen mala voluntad todos ustedes.” Concluido el cruce de palabras, sin más ni más, salta sobre el Cordero, lo atrapa entre sus fauces y, finalmente, se lo devora.

Este relato, del más conocido fabulista francés, La Fontaine, refleja ese vicio, propio de los humanos, de juzgar a los grupos conjuntamente y condenar al sujeto individualmente. Ni el pequeño cordero le hizo algún mal al Lobo, ni habló despectivamente de él; no enturbió el agua y tampoco lo insultó. Salvo ser un cordero y haber nacido como tal, el pequeño Cordero es inocente. Ante los ojos del Lobo, de su rabia y de su irritación, el error del Cordero es precisamente ese: ser un cordero. El juicio que recibe y la condena que se le otorga se explica en tanto pertenece a un grupo y no pertenece a otro; en tanto nació como cordero y no como lobo. Esta es la esencia, según Adela Cortina, filósofa española, de los discursos de odio. Estos discursos, dice ella, están dirigidos “contra un individuo, pero no porque ese individuo haya causado daño alguno al hablante, sino porque goza de un rasgo que le incluye en un determinado colectivo”

Ayer fueron los judíos, los armenios o los tutsis. Hoy, por ejemplo, son los migrantes. Hay hoy una proliferación de estos discursos que no enjuician a las personas por sus acciones, sino por ser parte de un grupo. La criminalización de los migrantes en Estados Unidos, que incluye niños y niñas, con la perorata injustificable, pero populista de Trump, es un ejemplo, triste y común, de este tipo de discursos. El crimen que todas estas personas han cometido, bajo el amparo del odio, es haber migrado y estar lejos de casa; es haber nacido entre corderos y no haber nacido entre lobos.

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