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Por Juan Gómez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
No creo que sea una exageración mía, pero el amor que Fernando Botero tenía por su tierra, difícilmente se pueda presentar en otro colombiano. Nuestro gran artista ha muerto, pero su legado permanecerá por décadas en la conciencia de los colombianos que lo conocimos.
El amor se manifiesta por los hechos, contaré algunos que nos muestran al gran maestro. Empezaré por algo que me ocurrió y que nos puede mostrar el desprendimiento de nuestro compatriota. Me citan a la Corte Suprema de Justicia para responder por una denuncia contra mí, puesta por mi sucesor en la alcaldía de Medellín, por un supuesto detrimento patrimonial.
El interrogatorio fue más o menos el siguiente: “Usted tumbó un edificio sin estrenar”. Sí, es cierto, yo hice tumbar un edificio que no se había estrenado. “Ese edificio costó mil doscientos millones de pesos, ¿usted que dice?” Me reiteraron. Es cierto, ese edificio costó mil doscientos millones, pero, allí hicimos una plaza con veintitrés esculturas monumentales de Fernando Botero y, una de esas esculturas, una sola, recalqué, vale más de mil doscientos millones de pesos. Me exoneraron de toda culpa. Hagan cuentas de cuánto le regaló el maestro a su ciudad, Medellín. Piensen si en el mundo puede haber una plaza con veintitrés esculturas regaladas por una persona.
El museo de Antioquia recibió varias salas de pinturas y esculturas de Fernando Botero, lo que nos hizo remodelar el viejo edificio de la alcaldía y trasladar allí la totalidad de las obras para poder recibir el regalo de nuestro gran maestro.
Medellín, gracias al desprendimiento de Fernando Botero, se volvió un referente y centro del arte mundial.
El maestro nos ha dejado para gozar de la gloria de Dios, pero su memoria estará con nosotros hasta el final de nuestras vidas.
Recuerdo que, cuando se inauguró el nuevo Museo de Antioquia y se celebró ese importante hecho en las escalinatas exteriores del edificio, con un concierto de las orquestas juveniles de los barrios pobres de Medellín, al terminar la ejecución de una obra, uno de los niños le pasó el violín a otro integrante de la orquesta. El maestro Botero le preguntó a su vecino, Tulio Gómez, por qué se pasaban los instrumentos de uno a otro. Tulio le contestó que no había instrumentos suficientes para todos los niños del grupo. El gran benefactor de Medellín y ejemplar maestro, mandó a la ciudad los instrumentos para cinco orquestas. Me pregunto: ¿Habrá en el mundo, una persona tan desprendida como lo fue Fernando Botero con Medellín?
Dios se ha llevado al maestro, pero nos ha quedado el gran recuerdo del desprendimiento y amor por la patria de un hijo de esta tierra. Mi deseo es que, en el cielo, el premio sea tan gordo como las figuras que nos dejó para el disfrute de los colombianos y los visitantes que también lo admiran. Y que sus hijos, Fernando, Lina y Juan Carlos reciban la bendición de consuelo del Señor.