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San Agustín (354-430) fue maestro consumado de retórica, el arte de usar la palabra para deleitar, persuadir y conmover. “La Ciudad de Dios” y “Las Confesiones”, sus obras principales, son un banquete de la palabra. Sus frases lapidarias viven en la memoria del lector.
Leer a san Agustín es escuchar un concierto. “Cuando amo a mi Dios, que es luz, voz, fragancia, alimento y caricia del hombre mío interior [...], resuena lo que no arrebata consigo el tiempo; exhala su perfume lo que no se lleva el viento; saborea lo que no se consume comiendo, y donde la unión es tan firme que no la disuelve el hastío”.
Cicerón, gran retórico, le enseñó a san Agustín el arte de cultivar la palabra como el trasunto de la realidad. En sus obras quedó aprisionado el mundo en que vivía, el suyo y el de Dios, en el cual se instaló para siempre, como lo podemos constatar en Las Confesiones, libro apasionante que amaestró a Santa Teresa para escribir una obra inmortal, el “Libro de la vida”.
En La Ciudad de Dios encontramos este pensamiento que lleva la fantasía de la tierra al cielo, no menos que el corazón. “De dos amores han nacido dos ciudades. Del amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios, ha nacido la ciudad terrera. Del amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo, ha nacido la ciudad celestial”. Este solo pensamiento hace inmortal a san Agustín.
San Agustín tiene en el profeta Jeremías un precursor admirable. En su pluma la palabra adquiere un señorío impresionante por su sintonía con Dios, sintonía que compromete por entero al lector. “Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran el gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, ¡Señor, Dios de los ejércitos! (Jer. 15,16).
San Agustín comentó la primera carta del apóstol Juan. Sus frases aprisionan la realidad humana y divina de una manera portentosa. La fascinación se apodera del que las escucha o las lee. Y si las lee y las escucha, la emoción se vuelve delirante.
“Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor [...] Si perdonas, perdonarás con amor”. Afirmación que debe ser la fuente de inspiración de la educación desde que nacemos hasta que morimos. Se trata de saber que amor es unidad de dos, y que la primera unidad debo hacerla conmigo mismo, tarea que casi todos tenemos por realizar, pues aunque hablamos de amor día y noche, a duras penas sabemos qué es amar.