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Por Alejo Vargas Velásquez - vargasvelasquezalejo@gmail.com
El Cónclave de los Cardenales de la Iglesia Católica eligió en la cuarta votación –segundo día- al nuevo Pontífice para remplazar al fallecido Francisco y la designación recayó en el Cardenal Robert Francis Prevost, como el 267º sucesor de San Pedro el primer Pontífice de la historia, quién asumió como nombre León XIV. Más allá del júbilo que esto genera en la comunidad mundial de los católicos y en general en casi toda la humanidad, lo que es plenamente comprensible, vale la pena situar algunos referentes acerca de lo que se puede esperar del ‘papado’ de León XIV.
Primero, no es pertinente hablar de Pontífices que se pueden considerar como ‘seguidores’ del anterior –eso es poco probable que suceda-, independiente que el Papa en ejercicio con su acción incida indirectamente en el perfil de su sucesor –por ejemplo con las designaciones de Cardenales, con la promoción de algunos de ellos a ciertas tareas estratégicas en la Iglesia-, pero hay que decir que los Cardenales electores, una vez fallece el Pontífice y entran en situación de Cónclave, tienen una gran autonomía para tomar sus decisiones, independiente de ciertas orientaciones en lo filosófico o doctrinario que tengan cada uno de ellos. Este nuevo Papa es relativamente joven, 69 años, pero cercano al promedio de edad del cuerpo de Cardenales actual que se sitúa en 70 años. Considero que cada Pontífice durante su ejercicio papal sigue o mantiene algunas de las propuestas de su anterior, otras seguramente las profundiza o las cambia, e introduce igualmente nuevas que van a ser su sello personal.
Segundo, es probable que uno de los roles que va a cumplir el actual Pontífice es moderar algunas de las iniciativas que pudieran considerarse más controversiales en el seno de la Iglesia –especialmente en la Curia Romana- y tender puentes entre lo que podríamos considerar ‘sectores’ al interior de la Iglesia –no es fácil que se acepte la existencia, pero con seguridad sucederá-, porque la unidad de la Iglesia es una prioridad para cualquier Papa y su equipo de conducción o de gobierno. Un Papa conciliador seguramente será el perfil del actual.
Tercero, tener en lo posible, una buena relación con los poderes políticos reales del período en que van a ejercer; por ejemplo, es altamente probable que el rol del actual Papa no es confrontar al Gobierno y al propio Presidente Trump, sino tratar de mantener unas buenas relaciones con él y el Estado Vaticano, indispensables para el rol doble que juega la Iglesia, de una parte es la cabeza de una congregación religiosa de las más grandes del mundo, pero al mismo tiempo como cabeza del Estado Vaticano cumple una serie de papeles muy importantes en la política mundial –como facilitador para resolver situaciones conflictivas, como mediador frente a tensiones regionales, como garante para grupos o comunidades minoritarias que viven situaciones críticas, entre otras-, igualmente maneja sus propias finanzas y todo ello requiere el tratamiento propio de un Estado.
Finalmente, hay una serie de poblaciones marginales en el mundo que en el período de Francisco hubo una especial preocupación y esto seguramente continuará, con precisiones o énfasis distintos.