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Por qué liderar desde la humildad

La diferencia entre un buen líder y un gran líder es, precisamente, la humildad.

01 de febrero de 2025
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  • Por qué liderar desde la humildad
  • Por qué liderar desde la humildad

Por Aldo Civico - @acivico

“¿Cuál es la característica esencial que debe demostrar un buen líder?”, me preguntaron esta semana, tras recibir un reconocimiento por mi desempeño en la formación de liderazgo. “La humildad”, respondí sin dudarlo. No lo digo solo porqué estamos rodeados de líderes con egos desmedidos, sino porque vivimos en tiempos que exigen humildad para liderar con efectividad. En un mundo disruptivo, exponencial e incierto, ningún líder —por más profundo, sabio o experto que sea— tiene hoy, por sí solo, todas las respuestas a los desafíos globales que enfrentamos. El liderazgo ya no es una cuestión de inteligencia individual.

En el pasado, la metáfora del liderazgo evocaba la figura del general de un ejército: el más experimentado, conocedor y estratega, guiando a sus tropas obedientes hacia la batalla y, posiblemente, hacia la victoria. Era una visión puramente piramidal del liderazgo, que desde los cuarteles militares se trasladó al mundo corporativo. De hecho, aún existen empresas ancladas en una estructura vertical, casi feudal, con departamentos que operan en silos, sin capacidad ni voluntad de colaboración. Se trata de un modelo obsoleto que reduce a los empleados a meros recursos productivos, en lugar de reconocerlos como fuentes de inteligencia y cocreación de ideas y soluciones.

Hoy, la metáfora más acertada para un líder es la de un director de orquesta. El director no toca ningún instrumento, pero conoce la partitura en su totalidad. Su labor es interpretar la música en su máxima expresión y asegurarse de que cada músico la ejecute con precisión y emoción. Del mismo modo, un líder no puede hacerlo todo por sí solo, pero debe comprender con claridad la visión y la estrategia de su organización, transmitiéndolas con convicción para que cada miembro del equipo las asimile y las ejecute con excelencia. En una orquesta, cada músico es un experto en su instrumento y desempeña un papel específico dentro de la obra. Un buen líder, como el director, no impone su voz sobre los demás, sino que armoniza los talentos individuales, asegurándose de que cada persona aporte lo mejor de sí. Entiende que el éxito no depende de una sola figura, sino de la colaboración de todos, desde los violines hasta la percusión, cada uno contribuyendo con su singularidad. Pienso, por ejemplo, en Satya Nadella, quien transformó la cultura organizacional de Microsoft, pasando de un entorno altamente competitivo y fragmentado a uno basado en la colaboración, la innovación y el aprendizaje continuo. Por lo tanto, el liderazgo efectivo hoy no se basa en la autoridad individual, sino en la promoción de la inteligencia colectiva.

Todo esto presupone la humildad, que, como afirmaba C.S. Lewis, no es pensar menos de uno mismo, sino pensar menos en uno mismo. Un líder verdaderamente humilde, se enfoca en servir el propósito de su organización, consciente de que este trasciende su propia persona. Por ello, canaliza su ambición hacia el éxito de la empresa y no hacia su propio reconocimiento. Como señala el experto Jim Collins, la diferencia entre un buen líder y un gran líder es, precisamente, la humildad.

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