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Por Aldo Civico - @acivico
Llevé a un amigo que quería hacerse un tatuaje donde Mr. Shifo, uno de los artistas urbanos más reconocidos de Medellín, con más de veinte años de experiencia como escritor de graffiti. Diseñador gráfico egresado de la Universidad Pontificia Bolivariana, Mr. Shifo lleva una década dedicándose al arte del tatuaje, especializado en estilos neo-tradicionales y blackwork. Mientras tatuaba la cara interna del brazo izquierdo de mi amigo, Mr. Shifo me preguntó por qué yo también no aprovechaba la ocasión para hacerme un tatuaje.
La verdad es que, desde que me acerqué a las distintas expresiones del arte urbano, siempre me ha fascinado la idea de interpretar el cuerpo humano como un lienzo viviente, donde la historia personal se manifiesta de manera visible y permanente. En este sentido, la piel deja de ser simplemente una barrera que nos separa del mundo externo y se convierte en un espacio visual cargado de significado, un vehículo personal que comunica quiénes somos, qué hemos vivido y hacia dónde queremos ir. Cada trazo sobre la piel es un acto de apropiación narrativa, proyectando identidad y valores en un gesto de profunda intimidad y autoafirmación. Por eso, el tatuaje no solo es una transgresión, sino también un compromiso existencial: un símbolo permanente de nuestras convicciones más profundas. Así, el cuerpo se transforma en un soporte narrativo que inmortaliza nuestra esencia.
El tatuaje tiene una historia que se remonta a los orígenes más antiguos de la humanidad. Los primeros indicios de esta práctica aparecen en Ötzi, la célebre momia de más de 5200 años de antigüedad, cuyos tatuajes parecen haber tenido fines terapéuticos o rituales. En el antiguo Egipto, los tatuajes no solo embellecían los cuerpos, sino que también simbolizaban estatus social y creencias religiosas. Por el contrario, en la antigua Roma y Grecia, marcar la piel se utilizaba como un castigo, convirtiéndose en un estigma asociado a criminales o esclavos. Durante la Edad Media, la Iglesia prohibió los tatuajes, haciendo que su práctica prácticamente desapareciera en Europa. No fue sino hasta el siglo XVIII cuando los marineros y soldados convirtieron el tatuaje en un emblema de aventura y memoria, una forma de registrar sus experiencias y viajes.
En lo personal, un tatuaje debería ser un recordatorio de quién soy en mi esencia más auténtica. Sin embargo, decidir qué grabar de forma permanente en mi piel, algo que realmente tenga significado, no fue fácil. “No le des tantas vueltas, y háztelo”, me animó Mr. Shifo. Minutos después, estaba recostado en la camilla mientras él comenzaba a plasmar en mi piel un colibrí. Esta ave, según la sabiduría de los ancestros, es un mensajero del Gran Espíritu, un símbolo de alegría pura y amor que trasciende la dualidad. Representa la capacidad de irradiar alegría, conectar con lo esencial y guiar a otros hacia el disfrute del néctar de la vida. En un mundo tan agitado, el colibrí me recuerda la importancia de llevar luz y armonía. Elegí hacerme este tatuaje en víspera del nuevo año, como un acto simbólico para reafirmar mi compromiso de ser auténticamente quien soy.