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Mientras hoy muchas madres colombianas, ingrata sorpresa de Navidad, lloran a sus hijos soldados secuestrados o masacrados por los subversivos, el presidente recibe como regalo de fin de año la prisión de dos de sus viejos alfiles, exministros del Interior y de Hacienda, acusados de cooperar en el saqueo a las arcas del Estado. Y como contraprestación su Gobierno ofrece, traído de Papá Noel a una gran proporción de colombianos, la tramposa, por lo inconstitucional, Emergencia Económica.
Por supuesto que ya se había adelantado en Nicaragua a la Nochebuena navideña, el prófugo de la justicia colombiana, Carlos Ramón González, al participar en la fiesta que con vallenatos, buñuelos y natilla, ofreció la Embajada de Colombia en ese país. Bailó alegre al ritmo de la música costeña, haciendo el trencito con el encargado de Negocios de la misión diplomática colombiana. ¡Managua fue una fiesta!
Lo inexplicable es que mientras el Gobierno acumula impudicias, las encuestas de opinión no lo rajan en su imagen, como sería lo lógico. ¿A qué se debe esa gran paradoja? ¿A que la economía algo crece, en buena parte impulsada por la iniciativa privada, ignorando que de existir mayor seriedad y estímulo del Gobierno a la empresa nacional, el índice del PIB sería mucho mayor? ¿Y que ese modesto incremento ha sido en buena parte ocasionado por el desbordado uso del gasto público, que apalanca la masa y velocidad de circulación del dinero, encareciendo los bienes esenciales de consumo popular? ¿Desconoce el manirrotismo oficial que el descontrolado gasto no solo hace crecer el déficit sino que incrementa la deuda externa, situación que llevó a Fitch Ratings a bajar la calificación de Colombia?
Pero hay un elemento externo que ha contribuido a que las encuestas no castiguen más la imagen presidencial. Ese 38% de favorabilidad tiene explicaciones en fenómenos externos de no difícil descubrimiento. Y es el marcado protagonismo del presidente de los Estados Unidos en los destinos de Colombia. Mantiene una querella permanente con el presidente Petro, victimizándolo, para despertar en sectores extremistas desmesurada “yanquifobia”. Gigantón contradictorio, puesto que al mismo tiempo que le otorga perdón total al expresidente hondureño, Orlando Hernández, condenado por una Corte en Nueva York por facilitar la entrada de droga a EE.UU., amenaza, violando la Constitución colombiana, penetrar en Colombia a destruir con su propia ley, los laboratorios de droga. Ese desafío irrita no solo a los más acendrados defensores del respeto por la soberanía nacional, sino que envalentona tanto a las izquierdas tibias y calenturientas, como a las gentes que poco les interesa la política pero que ven una agresión a su propio país por una potencia extranjera. Exacerba un nacionalismo que explota a su favor la izquierda colombiana. Este jayán gringo parece revivir el colérico grito “I took Panamá”, de 1903, de su antecesor Theodore Roosevelt. Con esa conducta, altanera y equívoca, Trump opera, además, como jefe de debate del señor Cepeda. Otra paradoja más de las muchas que se viven en Colombia, en donde un extremista foráneo de la derecha le lanza el neumático a la extrema izquierda para evitar su naufragio electoral.
