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Al final, se posesionó Nicolás Maduro para seguir en el poder, en principio, seis años más. Perdió en las urnas pero ganó en el fraude. Con sus mañas protocolizó la dictadura. A su espuria posesión presidencial solo asistieron dos de sus compadres de la satrapía latinoamericana, Cuba y Nicaragua, más una paupérrima nación africana. Trío de auténticos representantes de las camarillas corruptas y de la violación de los derechos humanos. Colombia, en su ambigua y vacilante política internacional, delegó en su embajador la ocupación de la silla en el acto carnavalesco.
Con el acto de posesión del jayán, que revivía la parafernalia de los viejos dictadores tropicales, se consolida en América Latina el segundo reinado del castrismo, promovido por Chávez. Seguirá Venezuela sumida en la represión sistemática de la libertad ciudadana, abriendo cárceles para los presos políticos, hundida en profunda crisis económica, en la mojiganga corrupta amparada por la impunidad y las armas, y generando un tsunami migratorio que tendrá a Colombia como su víctima principal. Su gobierno de facto será un foco permanente de inestabilidad regional.
Venezuela hoy demuestra que, más que sola, está mal acompañada en el sindicato de la extrema izquierda latinoamericana, y que practica la teoría marxista de que el ejército es el principal componente del poder estatal. Confirma la tesis de Mao Tse Tung de que “el poder nace del fusil”. Y que para retenerlo tiene que contar con un poderoso estamento militar, como lo tiene, lleno de generales que engordan sus barrigas y sus patrimonios a la sombra de un marrullero ministro de Defensa. Frente a esa evidencia, la comunidad internacional y sus organismos jurídicos ratificaron la incompetencia para intervenir en casos como este, en donde se violan los derechos humanos, las normas punitivas contra los crímenes imprescriptibles de lesa humanidad y la voluntad popular consagrada en las urnas. Solo declaraciones fofas de protesta, meros saludos a la bandera. Brilló la vieja teoría de que cada pueblo escoge sus mandatarios, así sea violando la libertad, independencia y voluntad del sufragio ejercido por las mayorías.
Dudamos de que los bloqueos anunciados por algunas naciones sean eficaces para derrocar la dictadura. No han sido eficientes las sanciones económicas ni las políticas de aislamiento internacional para derribar los regímenes de Corea del Norte, Irán, Cuba y Nicaragua. Ahí han gobernado por décadas, sentados sobre bayonetas, en medio de pueblos paupérrimos. Venezuela completa 27 años de régimen chavista y sigue tan campante con el apoyo de Rusia y China, y brindándoles jugosos negocios a los petroleros gringos que lo explotan en su territorio.
De toda esta tragedia para la democracia, es rescatable la figura de una heroína, María Corina Machado. Muy sola se enfrentó al sistema despótico de Maduro. Su arma, la elocuencia y la verdad. La comunidad internacional la atiborró hasta el hastío de elogios, pero la fuerza de las bayonetas impidió que completara el ciclo de su victoria. Ella, perdiendo, fue la ganadora moral ante una vacilante y confundida comunidad internacional. Y un ejemplo de vida y de coraje para el decadente liderazgo latinoamericano.
