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No puedo dejar de pensar en todas las personas que están en primera fila asumiendo las consecuencias de este tiempo difícil y doloroso para la humanidad: En primer lugar los médicos que están atendiendo a los enfermos de coronavirus, expuestos al contagio y a los riesgos sociales que esto trae. Hemos visto como muchos de ellos han sido rechazados, a veces reciben insultos en la calle. Como mucha gente los evita y los separa en ocasiones con ingratitud e injusticia. Pienso en los médicos que atienden al resto de enfermos también expuestos a la vulnerabilidad y quizás redoblando esfuerzos porque muchos de sus colegas están atendiendo enfermos de covid. Y por el hecho de ser profesionales de la medicina, también son rechazados. Pienso en aquellos que han muerto porque han contraído esta enfermedad. Héroes y heroínas que han dado la vida por sus pacientes.
Pero además, me vienen a la mente esos trabajadores esenciales quienes, en lugar de quedarse en casa, han tenido que permanecer más tiempo fuera de ella. Pienso en quienes trabajan en los aeropuertos atendiendo los pocos vuelos que siguen entrando y saliendo, en los pilotos y auxiliares de vuelo, en quienes trabajan en farmacias y supermercados. También en los agricultores, ganaderos, procesadores de alimentos que siguen trabajando para que nosotros tengamos qué comer. Pienso en los oficiales del Ejército y de la Policía que velan por la seguridad y la salud de los ciudadanos; en los recolectores de basura que siguen trabajando para que las ciudades estén limpias. Pienso en los pocos vendedores ambulantes que siguen buscando recursos para su sustento y en aquellas personas en situación de calle.
Pienso en los sacerdotes y pastores que van a los hospitales y brindan ayuda espiritual a los enfermos y que luego llegan a su parroquia a celebrar un funeral más con un número reducido de fieles. Que en los últimos meses se han privado de celebrar matrimonios, bautizos, primeras comuniones y confirmaciones. Esas ceremonias alegres que los revitalizaban. Ahora su ministerio se ha enfocado solo en la parte más dura que es acompañar enfermos y despedir difuntos.
Estas personas no solo deben dedicarse a curar, acoger acompañar, atender. Ellos también necesitan ser acompañados. Quizás la misión ahora de quienes no somos trabajadores esenciales y continuamos conectados al teletrabajo sea escuchar, alentar a aquellos que sí están en primera fila luchando contra esta pandemia.
En tiempos de cuarentena, démonos el tiempo de llamar a aquellos trabajadores esenciales que conozcamos. Démosle una palabra de aliento, digamos que los admiramos, que queremos escucharlos, que si quieren pueden llorar en nuestro hombro (aunque físicamente no podamos brindárselo) estamos ahí, al otro lado del teléfono o del computador.
Acompañemos a quienes acompañan para ser así un eslabón más de una cadena solidaria que haga frente a este momento duro e inédito para todos. Si todos metemos el hombro, podremos ayudar a aligerar el peso de quienes hoy están cargando más.