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La postración de los venezolanos, la caída de su economía al abismo, diagnosticadas hace más de dos años por diferentes fuentes y organismos de análisis político y social, por fin han sido aceptadas sin rodeos por un organismo oficial: el Banco Central de Venezuela.
Pero hay quienes aún, con romanticismos ciegos de izquierda, o con el compás del cálculo geopolítico, retrasan e impiden desde la periferia la transición pacífica a condiciones internas de gobierno en democracia.
Además de inhumano, es revelador tropezar a madres y niños por las cuatro esquinas del continente pidiendo monedas y vendiendo dulces para vivir en una pobreza un poco más llevadera que el hambre y la miseria que se encargó de imponer el régimen chavista en Venezuela.
Las cifras hablan: el PIB se contrajo el 47,6 %. La producción de petróleo cayó de 3,2 millones de barriles a 1,03, por día. El 16 % de su población (5 millones de personas) abandonó el país. Y toda la larga lista de necesidades que recitan de memoria las agencias de noticias internacionales: hospitales sin energía, sin medicamentos, sin instrumental, sin vacunas, sin esterilización.
No hay papel ni harina ni detergentes ni casi nada de lo que llena la canasta familiar. ¡No hay gasolina! Cientos de ciudadanos que se bañan en cloacas, porque escasea el agua para las labores y el consumo doméstico. Una crónica de este diario describió el embarque de mujeres que caen en la trata de blancas. Miles de ellas prostituidas en los países donde buscan refugio.
Todo este desastre parece causado por una guerra, por un terremoto del fin del mundo, pero no: es el resultado de 20 años de un gobierno envuelto en las banderas de Bolívar para ocultar su incapacidad y su corrupción. Liado con el narcotráfico. Terco y torpe, de espaldas a los ciudadanos. Pendenciero y represivo. Un populismo de seudoizquierda, al que ya abandonaron los pocos hombres y mujeres decentes que lo integraban.
Resulta incluso muy generosa una mesa de diálogo en Noruega, con la oposición, que seguramente producirá una alta dosis de impunidad para los crímenes cometidos por Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez y Vladimir Padrino López, entre otros funestos personajes de un régimen que ha convertido a Venezuela en una pocilga.
Que las conversaciones sirvan para evitar que, además de la miseria que hoy cubre a Venezuela, se derrame sangre. Porque son indefendibles un capataz como Maduro y su cuadrilla. Será indignante y frustrante ver que la cúpula de un gobierno tan astroso logra burlar a la justicia y la historia con la oferta de un pacto.