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Ha pasado apenas una semana de su toma de posesión como presidente y a Gustavo Petro ya se le han caído las caretas. Atrás quedan sus buenos propósitos, su espíritu conciliador y su talante aparentemente democrático. En cuantito ha podido, Petro ha sacado la vena totalitaria, esa que deja al aire quiénes son sus verdaderos amigos y enemigos. El pasado lunes, al octavo día, Petro defendía el restablecimiento de las relaciones con el régimen totalitario de Nicolás Maduro porque el líder de la oposición, reconocido como presidente por Estados Unidos, es un presidente “inexistente” que no tiene “control en Venezuela”. “Es como en la metáfora de la caverna de Platón. Miren cómo estas sombras se mueven, pero son irreales, inexistentes”, afirmaba Petro en una entrevista en Semana. “Hubiese esperado que su primera decisión no hubiese sido acercarse a quien hoy ampara el terrorismo mundial en Venezuela”, le reprochó Guaidó en respuesta.
Es seguro que Petro y sus palmeros se ampararán en que el “chavismo” recuperó el control de la Asamblea Nacional tras unas elecciones amañadas cuyo resultado desconocieron tanto la Unión Europea como Estados Unidos, Canadá y casi todos los organismos multilaterales. Normal. El 6 de diciembre de 2020, el chavismo obtenía el 67,6 % de los votos en unas elecciones parlamentarias a las que no se presentó la oposición, sin candidatos. Maduro se llevó 3,5 millones de votos, según el Consejo Nacional Electoral (CNE), del que recela la oposición con buen criterio. Un botín enorme por solo 3,5 millones de votos de los 28,4 millones de venezolanos que aún siguen sobreviviendo, la mayoría, en la hacienda de Maduro y sus secuaces. ¿Cuál fue la abstención, según el CNE? Del 70 %, motivo más que suficiente para deslegitimar cualquier resultado. Porque cuando tres cuartas partes del electorado no acude a votar, queda claro que nadie cree que su papeleta sirva de algo frente al de esos 3,5 millones de estómagos agradecidos.
A todo ello hay que sumar el restablecimiento de las negociaciones con la narcoguerrilla del Eln. Petro envió la pasada semana una delegación oficial, liderada por el canciller Álvaro Leyva, a tal efecto. Cabe recordar que aún hay cadáveres calientes sobre esa mesa de negociación, que quedó en suspenso en 2018 por la exigencia del expresidente Duque para que liberaran a todos los secuestrados que tienen en su poder y renunciaran a esa y todas sus actividades criminales.
En enero de 2019, tras el atentado del Eln contra la escuela de cadetes en Bogotá, que dejó 22 muertos y 68 heridos, Duque pidió a Cuba la entrega de los negociadores que están en La Habana, pero el tirano de allá invocó protocolos diplomáticos para dar cobijo a esas alimañas.
Habrá que ver a qué precio sella la paz Petro con los asesinos de esas 22 personas y de las otras más de 9.000 que dejan las actividades criminales del Eln desde mediados de los años 60 del pasado siglo. Por ahora, ya no quedan dudas de cuáles serán sus aliados y sus enemigos, toda la cúpula militar que se apresta a sustituir, para empezar