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Columnistas | PUBLICADO EL 03 junio 2019

6B. El regalo

Por JUAN MANUEL ALZATE VÉLEZalzate.jm@gmail.com

La industria global ha evidenciado una transición progresiva durante los últimos cuarenta años. En principio, los mercados bursátiles valoraban más los activos físicos (plantas, edificios, bienes materiales inventariables y fáciles de contabilizar). Hoy, la prioridad es otra. La participación de las compañías en el S&P 500 en las que priman los activos intangibles (culturas organizacionales, software, líneas de producción, no inventariables y muy difíciles de cuantificar), exceden casi tres veces las de las compañías de activos fijos. La educación pasa por un proceso de actualización según esta tendencia. Un proceso en el que la educación formal y presencial de pregrado, maestría y eventualmente doctorado, es reemplazada por educación a distancia y de corta duración, preferiblemente en alguna actividad intangible como el diseño o el desarrollo de software (pregunte por los que aprendieron Python en YouTube).

Las ciudades también se vienen repensado bajo esa premisa donde priman los “intangibles”. La tendencia global es que el 75 % de la población mundial se desplace a las ciudades. Un volumen grandísimo de personas en búsqueda de intangibles como la posibilidad de interactuar en cafés de la ciudad para conversar y generar ideas, o buscando acceso a canales de comunicación que fuera de la ciudad no existen (en ambos casos intangibles).

El hecho de que los intangibles primen en la economía cambiará sustancialmente el comportamiento de las ciudades y la definición de educación. También el papel del Estado. Por mencionar solo unos ejemplos drásticos. Sin embargo, lo más relevante de esto será preparar las ciudades para alojar esa cantidad de personas.

El mundo conoce hasta la fecha muy pocos escenarios demográficos en los que se concentre ese volumen de población en un mismo lugar: algunas ciudades de India, Japón, o Latinoamérica. A futuro, las que se dibujan se encuentran en su mayoría en Asia y serán en su mayoría ciudades pequeñas que adquirirán súbitamente esa escala.

Cuando hace unas décadas en las ciudades se vivía en un escenario de exceso de recursos naturales y recursos humanos escasos, el escenario actual tiende a invertirse. Uno en el que existe exceso de recurso humano, y que busca hacer lo máximo con recursos naturales escasos.

Así las cosas, el mejor regalo que se le puede dejar a la generación futura y que continuará administrando será herramientas para enfrentar ese escenario: un curso en ciudadanía. Suena loco. Pero necesario. Un cambio pequeño que garantizará la evolución y la supervivencia de nuestra especie. Un destello de lucidez que dará garantía de unas condiciones de convivencia mínima en ciudades en las que será cada vez más difícil habitar por las densidades poblacionales alcanzadas y la escasez de recursos para suplir necesidades (alimento, agua, territorio, espacio público).

Imagine la posibilidad de ofrecer educación en ciudadanía a todos los niños. Unas reglas básicas de comportamiento en las que prime el respeto por el otro, por el entorno. Un mecanismo que permita definir comportamientos colectivos constructivos. Que en situaciones de estrés habilite comportamientos como el de los japoneses recibiendo ayudas en filas ordenadas y en silencio después de desastres como el de Fukushima. Un mecanismo en el que los niños de esta ciudad se eduquen prestos a la solidaridad con los otros, a garantizar ese rasgo cultural que nos ha caracterizado. No en el anonimato y la indiferencia de las ciudades grandes. Una educación que anticipe la necesidad de planear actividades con recursos naturales escasos y grandes impactos ambientales. Una educación común a la que todos tengan acceso. Un intangible.

Llénese de positivismo y anímese a, con acciones simples, curvar la cultura de esta, su ciudad.

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