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Columnistas | PUBLICADO EL 04 mayo 2020

5L. FÁBULA

Por JUAN MANUEL ALZATE VÉLEZalzate.jm@gmail.com

Dos minutos. El tiempo que toma buscar en internet y escuchar la suite No. 1 para violonchelo en Sol Mayor de Johann Sebastian Bach (1685-1750) –en silencio, poca luz, interpretada por el artista Yo-Yo Ma (1955)–.

El mismo tiempo que toma viajar 300 años atrás, a 1717 en Alemania. Sentarse al lado del compositor y verlo imaginar, escribir y componer la obra a luz de vela. Intentar dar significado a su música mientras se escucha.

Los mismos minutos que toma viajar a Nueva York. Ver a Yo-Yo Ma en Central Park. Escucharlo reinterpretar los sentimientos de Bach trescientos años después.

Ese par de minutos, el tiempo que toma sentarse acá, en el presente. Aquí y ahora. Atreverse a, con un parpadeo profundo y un suspiro, borrar pensamientos del día y dejar preocupaciones atrás. Disfrutar cómo baila en el aire esa melodía compuesta en Alemania tres siglos atrás, interpretada por un artista hace unos meses, y ejecutada en un reproductor digital hoy. Al final, montarse en una máquina para viajar en el tiempo, llenarse de placer al dejarse insuflar el pecho y los oídos con ese lenguaje universal que es la música. Darse el tiempo para los placeres simples de la vida.

Son los mismos dos minutos que toma inspirar con música a un joven en un barrio de cualquier ciudad. Conmoverlo con un sonido. Al punto de impulsarlo a probar su capacidad con un instrumento y ayudarlo a decidir dedicar su vida a encontrar significado en la música. A dedicarse a la armonía en medio del ruido y a lo sublime en medio de la violencia. O quizás, a no tomar parte en diferencias de opinión entre combos del barrio. Mejor que eso, con la música, darle la oportunidad a un desconocido de aprender y entender de qué se trata la belleza. Dejarle saber que es ese muy delicado equilibrio entre fuerzas y pensamientos internos y externos que permiten maravillarse al darles significado a las cosas. Estirando un poco el argumento, con esa noción de belleza, darle motivos para saber y defender el vivir bien en comunidad.

Esos dos minutos de reflexión son los que se necesitan para entender que sumando una a una esas vidas tocadas por la música, se ha logrado rescatar a muchos de los malos sentimientos, corregir suficientes trayectorias de vida como para que se reduzcan los índices de homicidio en el país. Para que se motive a ceder el paso al caminar. A esa simpleza tan trascendente que es ser amable.

Esos dos minutos son los suficientes para lograr un silencio enriquecedor. Que sirve para recargar energías porque mientras se escucha, se permite a ese dulce sonido ser el agua que lava penas o tristezas. O, por qué no, convertir esas notas musicales en hilos para asolear como trapos húmedos, los sentimientos alegres.

En últimas, el mismo tiempo que se invirtió leyendo hasta acá. Dos minutos para pensar que en estos momentos extraños y en los próximos meses habrá grandes necesidades por atender (alimentación y salud). Pero que no se puede dejar de lado lo que cohesiona, lo que conecta, lo que permite ver más allá, la cultura. La música que transmite, que balancea fuerzas internas y externas de muchos para ayudarlos a encontrar la belleza, y en ella, aquello que permite ser constructivo a pesar del hambre o la enfermedad.

Esta columna invoca un esfuerzo económico a quienes pueden y estén en capacidad, para que la Orquesta Filarmónica de Medellín no sea una fábula: esa composición literaria breve con una consecuencia aleccionadora. Sino por el contrario, esa novela clásica que acompaña la historia siempre por el significado que para la humanidad (en este caso de Colombia) tiene.

Estas ideas surgen de leer a Friederich Schiller (1759-1805) en Cartas sobre la educación estética de la humanidad.

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