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Columnistas | PUBLICADO EL 20 enero 2020

3G. Utopía laboral

Por JUAN MANUEL ALZATE VÉLEZalzate.jm@gmail.com

Escenario hipotético.

El aire infectado generó saturaciones auditivas en humanos. Ruidos que borraron de sus mentes concepciones previas. Ideas se redujeron a nada en medio de inquietudes ensordecedoras. Desencadenaron en silencios reflexivos absurdos. Estos, en introspecciones profundas que crearon individuos capaces de observar primero. De escuchar antes de hablar. De hacer antes de criticar.

Con este nuevo restablecimiento del orden, hubo consenso en la necesidad de cambiar la perspectiva que el colectivo tenía de la actividad laboral. Del que para ese entonces se denominaba “el trabajo”. Ya mal connotado por su nombre, como si fuera un peso que soportar.

El nuevo escenario permitió poner al lado ese sentimiento de que “el trabajo” consume tiempo, engorda y envejece. Por el contrario, la nueva perspectiva logró valorarlo como el instrumento de crecimiento individual. Como herramienta para desarrollar habilidades en principio técnicas, hasta dominar con excelencia su ejecución mecánica. Una vez alcanzado ese don, muta a habilidades blandas para conquistar el carácter y guiar pensamientos propios. Entonces, se da lugar a reflexiones profundas acerca de por qué se hace esa actividad, su propósito. Respondidas esas preguntas de manera satisfactoria (de lo contrario se recomienda otra actividad laboral), reflejar esa satisfacción de tener claro el propósito. Ya en ese punto, de forma natural se contagia a quienes están cerca con el sentimiento.

Este nuevo orden, convirtió lo que era tedioso por monótono, en una experiencia enriquecedora de aprendizaje. En el medio para encontrar una vocación. No definida por la preferencia de escoger el trabajo que a cada quien le pareciera; sino por la capacidad de darle mística a su ejercicio. Así, el sacrificio pasó a ser oportunidad para enriquecer los días. Para saludar en las mañanas, generar conexiones profundas, llenarse de humildad, escuchar y aprender lo que otros aportaban. Para encontrar el silencio necesario para, en cada uno de los movimientos físicos o los pensamientos requeridos por “el trabajo”, lograr la excelencia a través de la repetición. Con esa disciplina, eliminar lo que restaba energía y que desencadenaba en noches familiares mal humoradas y entristecidas con los cercanos. Por el contrario, lograr la disposición necesaria para electrificar el pensamiento y recargar energías para el hogar. Para con la experiencia lograda ese día laboral, encontrar la disposición de compartir en encuentros familiares nocturnos esa riqueza que se experimentó durante el día o ese nuevo aprendizaje que se logró al dominar la actividad cumplida.

Con estas nuevas reglas, se convirtió lo que antes era una remuneración material para satisfacer necesidades de techo o alimentación, en argumentos para compartir experiencias profundas y enriquecedoras con los que se quieren. Para justificar, por mecánico o menos preciado que sea el trabajo que se cumple, el saludo amable, una sonrisa, y las ganas de hacerlo tan bien como si fuera la última vez que se tendría la oportunidad de hacerlo. Porque la gratificación no se encuentra en el dinero que se recibe por el ejercicio, por lo menos esa era la idea que se había vendido hasta entonces; sino encontrarla en el gusto de dominar una profesión.

Esta estructura, eliminó los egos sobredimensionados y el afán de alcanzar metas profesionales fútiles como títulos, espacios de oficina, salarios desmedidos. En lugar de eso, concentrarse en el placer de dominar una actividad, para reconocer que en la profundidad de hacer cualquier cosa con gusto y excelencia, esta el placer de no sentir pasar el tiempo, de meditar mientras se logran objetivos. De vivir una vida tranquila y plena en la que las metas no las ponen imágenes idílicas de revista, sino cada quien. Una inteligencia colectiva.

Nota: esta, como cualquier utopía, cuenta un futuro idílico favorecedor del bien humano. Dibuja un punto en el horizonte para procurarlo dentro de las restricciones y devenires que la realidad de la vida impone. Como este, hay muchos otros idilios laborales posibles, tantos como lectores encuentre esta columna. ¿A cuál le apunta? ¿Cómo se lo sueña?

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