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El atraco a 14 personas que tuvo lugar en el cerro Pan de Azúcar este sábado permanece fresco entre los vecinos del sector. Son ellos quienes cuentan los detalles de lo ocurrido, el susto con el que descendió el grupo, lo frecuente que se han vuelto estos casos. Incluso, dicen ellos, se han encargado de advertirles a las personas que llegan hasta El Faro, un barrio previo a coronar el cerro, que no se adentren más, que tomen una ruta distinta, que es peligroso.
El hurto de este fin de semana en el que cuatro hombres armados, con cuchillos, dejaron sin celulares y cámara a un puñado de caminantes —había niños— se ha vuelto cotidiano en el Pan de Azúcar. Ese cerro ubicado en el centroriente de la ciudad, que permite atisbar buena parte del valle, registra una escalada de atracos desde diciembre pasado, según sus habitantes. Aunque antes no faltaba el caminante que bajara anunciando tragedias de este tipo, las anécdotas han crecido.
“¿Para dónde van?”, dice la administradora de una tienda. “Mucho ojo, que por aquí están robando mucho. Pilas con los celulares”, agrega. A ella se suma otra vecina, que refuerza la advertencia: “Sí, ¿no vieron el atraco de este fin de semana? Les sacaron unos cuchillos larguísimos. Por aquí todos supieron”. Por la zona suben y bajan policías en motocicleta. En la terminal del sector, que queda unos metros más abajo, muchos uniformados toman gaseosa.
¿Y la zona siempre es así de custodiada? “No”, responden las mujeres. “Ellos sí pasan, y hacen ronda, pero no siempre es así. Andan como alborotados”. La razón del alboroto aparece más adelante, así como el porqué hay unidades del antiguo Esmad en las inmediaciones: las autoridades avanzan en la demolición de dos casas informales. Las labores se ven más adelante, al pie del sendero que lleva a la parte alta, a la virgen de La Candelaria.
Son las mujeres, quienes cuentan que hasta los habitantes de la zona temen hacer el recorrido por el Pan de Azúcar y sus inmediaciones, las que recomiendan a Óscar Zapata como acompañante. Él, un líder de toda la vida allá en El Faro, su vecino, ha comenzado a recorrer el sector con machete en mano. No es en vano el susto: esa acción podría ser el mejor indicador para reseñar la inseguridad que allí se vive.
“Y hace unos días, no hace mucho, robaron a un señor ahí en el CAI. Él iba con dos niñitos. Le quitaron el celular. Qué más iba a hacer. Era un ladrón. Estaba armado, con pistola y todo. Dicen que le dijo: ‘qué hubo, pues, güevón, es que se la quiere hacer estallar o qué’. ¿Qué hace uno por dios en esa situación? Entregar todo. Y más si se anda con niños”, dice una de las mujeres. La otra agrega: “Uno se va por allá y empieza a ver todo muy bonito. Se va adentrando. Coge para las escalas que dejan divisar el centro muy bueno y, tan, ahí quedó: robado”.
Óscar atiende el llamado y echa a andar con nosotros cerro adentro. Relata, con su machete al hombro, que a él le pasó: como conoce tan bien la zona, lo contratan a veces como guía turístico, incluso hace recorridos con extranjeros. “Una vez nos tocó, pero hicimos resistencia. Solo se llevaron dos celulares. Salimos a perseguirlos. Avisamos a la Policía. Vi a uno de esos morenos, él mismo que apareció entre los que robaron este fin de semana”.
Mientras llegamos a la virgen, el líder cuenta que la seguidilla de robos se registra desde el cierre del año pasado. “Es gravísimo lo que pasa. Y casi siempre es con cuchillo. Eso no se veía por aquí. Dicen que los responsables son unos negros y un mono. Algunos creen que es gente de acá; yo pienso que se nos están viviendo jóvenes de la comuna 3 a hacer estos daños”.
Las autoridades no han compartido detalles sobre lo que ocurre en el sector. Los uniformados que por allí patrullan se limitan a decir que acompañan el operativo de desalojo. Otros responden que eso toca con el cuadrante, que allí están llamados a cuidar el lugar. Pero la Policía Metropolitana dice que, en parte, les corresponde a los carabineros, y que a los grupos que suben no se les puede prestar seguridad: no alcanzaría el personal.
Lo cierto es que la zona es propicia para los hurtos: el CAI que hasta hace meses prestaba servicio está destruido. No quedan muros ni puertas en pie. Dicen que allí amenazaron con asesinar a los uniformados y, a los días, desocuparon el espacio. Ya los muchachos se encargaron de desmantelarlo. “Y hace mucha falta, que cuiden, porque de lo contrario se nos pierde este espacio tan bonito. Pilas, que estamos dormidos”, dice Óscar en la cima del Pan de Azúcar.
Periodista y politólogo en formación. Aprendo a escribir y, a veces, hablo sobre política.