Al medio día de un martes laboral, Kevin, de noveno grado del colegio La Independencia, en San Javier, está viendo un partido de fútbol entre el Manchester City y el Real Madrid. No dirigen Guardiola ni Xabi Alonso sino otros dos adolescentes de otro colegio cercano a quienes acabó de conocer y con los que pronto se enfrentará una, dos, tres, o cinco veces a lo largo de toda la tarde hasta que su mamá vaya a buscarlo a la nueva sala de videojuegos que la Alcaldía recién entregó en la comuna 13, en la UVA Huellas de vida.
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Kevin dice que antes había jugado Play Station, en una consola vieja en casa de un amigo, pero que nunca había visto algo así como ese lugar. Y yo, que crecí con consolas nuevas en la casa y en las de mis amigos, tampoco.
Es un salón oscuro con luces de neón fucsias y azules y filas de computadores, pero no como los que hay en una sala de sistemas, en una biblioteca pública o en un call center, sino más bien como los que uno se imagina que hay en las oficinas de Google, Facebook o la Nasa. No exagero: las torres de las computadoras son transparentes y dejan ver los componentes internos, y pocas cosas dan más impresión de tecnología que la transparencia. ¿Han visto las lavadoras y las neveras modernas y caras?
Son tres salas en la ciudad: las otras dos quedan en el Coliseo Iván de Bedout (en el estadio) y en la UVA Sin Fronteras, en Castilla. Cada una tiene 20 computadores, dos consolas de Play Station 5 y una consola de Nintendo Switch. Cada computador tiene audífonos de diadema abollonados y facheros y sillas casi tan cómodas como una cama. En los computadores la mayoría juega Valorant, un juego de acción, estrategia y, por supuesto, puntería, disparos y muertos. En el Play se juega fútbol —Kevin escoge al Atlético de Madrid— y en el Nintendo hay un juego para bailar. A pesar de que casi todos llevan audífonos puestos y de que solo hay un computador por jugador, la sala es un espacio de juego colectivo, si es que no es eso una redundancia: están todos comentando las partidas, señalando estrategias, reclamando errores y celebrando victorias. Cultivando la paciencia y el autocontrol, especialmente cuando el rival anota un gol y deja la repetición una y otra vez.
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Funcionan de martes a viernes entre las 10:00 a.m. y las 7:00 p.m., los sábados es hasta las 6:00 p.m., y los domingos entre 1:00 p.m. y 5:00 p.m. Los lunes están cerradas. Puede entrar gratis cualquier persona que sea mayor de 13 años. En San Javier, después del mediodía, cuando se acaba la jornada de la mañana en el colegio, hay fila de espera.
El plan de ir a jugar videojuegos es por supuesto una competencia para las tareas del colegio, o los partidos reales en la cancha del barrio, pero también para el TikTok, los “muchachos de la vuelta”, sus planes y sus vicios. También pueden servir de escape a la casa, tantas veces tan pequeña, precaria y violenta.
La Alcaldía promete entregar antes de que se acabe este año otras dos nuevas sedes: una en Granizal, comuna 1, y otra en El Poblado, comuna 14. Hasta el momento, dice el Distrito que se han invertido cerca $3.000 millones, de los cuales $1.593 fueron para compra de tecnología y $1.369 para adecuaciones locativas y eléctricas. El proyecto hace parte del área de recreación del Inder.
De acuerdo con la administración distrital, el objetivo de estas salas es transformar el tiempo libre de los jóvenes en oportunidades de aprendizaje y crecimiento digital, así como fomentar la inclusión tecnológica y promover competencias blandas como el trabajo en equipo, toma de decisiones y pensamiento estratégico. Finalmente, desde el Inder tienen el objetivo de convertir a la ciudad en un referente de los eSports, es decir, deportes en línea. El año pasado invirtieron casi $1.000 millones en el evento Gamersmed, donde compitieron más de 120 personas en diferentes videojuegos.
¿Por qué las demoras?
Buena parte de los equipos y del mobiliario para las salas estaban listos y comprados desde el año pasado, de hecho, cuando fue el evento de Gamersmed ya la sede del estadio parecía lista, lo que ya había empezado a generar críticas y especulaciones por los retrasos para su entrada en operación. De hecho, buena parte de los recursos destinados para el proyecto hacían parte de la vigencia 2024 y no 2025. A finales de mayo pasado, la Veeduría Todos por Medellín le envió al Inder un derecho de petición reclamando información detallada sobre el programa, pero al cierre de esta edición todavía no había sido respondido. Lo cierto es que una semana después de que la Veeduría hiciera la denuncia pública, las salas por fin abrieron sus puertas. El problema, al parecer, era burocrático.
Sin embargo, desde la administración todavía no han hecho la “inauguración oficial” del programa, pues están esperando a que esté lista la sala de Granizal, para que el alcalde Gutiérrez se tome la foto jugando Play.
Se proyecta que cada espacio reciba, en promedio, 1.080 usuarios al mes, con una meta de más de 7.000 beneficiarios entre junio y diciembre de 2025.
