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Cómo nos moveremos en la ciudad de las próximas generaciones

Planificar a partir de la sostenibilidad, la equidad y la accesibilidad implica reconocer que los viajes ya no responden solo a horarios rígidos o rutas fijas, sino a necesidades diversas y dinámicas.

  • El Metrocable de Medellín es un solución de transporte aéreo por cable que conecta diferentes partes de la ciudad. Incluye varias líneas que conectan el nororiente y el occidente con el resto del sistema. FOTO: Camilo Suárez.
    El Metrocable de Medellín es un solución de transporte aéreo por cable que conecta diferentes partes de la ciudad. Incluye varias líneas que conectan el nororiente y el occidente con el resto del sistema. FOTO: Camilo Suárez.
02 de noviembre de 2025
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La pandemia transformó profundamente la forma como habitamos y utilizamos los servicios de nuestras ciudades. Durante el confinamiento, millones de personas modificaron sus rutinas, redujeron su movilidad de forma obligada y trasladaron parte de sus actividades hacia sus espacios domésticos. Esto dio lugar a un nuevo patrón de ocupación, en el que la vivienda adquirió mayor relevancia como centro de trabajo, estudio y ocio, mientras que el espacio público y los sistemas de transporte se vieron temporalmente desocupados o restringidos.

En la postpandemia, si bien las dinámicas urbanas han retornado, no lo han hecho de manera idéntica. Hoy observamos una preferencia creciente por la movilidad activa —caminar y pedalear—, una mayor valoración de los viajes cortos dentro de los barrios y un uso más intensivo del transporte individual y de las tecnologías digitales para reducir desplazamientos innecesarios. La flexibilidad laboral y educativa, con modalidades híbridas o remotas, ha disminuido flujos cotidianos, pero al mismo tiempo ha generado nuevos desplazamientos distribuidos de manera distinta en el tiempo y el espacio.

Estos cambios plantean preguntas cruciales sobre el futuro de la movilidad: ¿cómo responderán nuestras ciudades a una demanda menos previsible?, ¿qué papel jugarán el transporte público y los sistemas masivos en un escenario de viajes más fragmentados en medios de transporte individual?, ¿cómo se integrará la movilidad sostenible con la necesidad de mayor proximidad y accesibilidad en el territorio?

Lo cierto es que las ciudades, y en particular Medellín y el Valle de Aburrá, deben prepararse para un escenario en el que la movilidad ya no será únicamente una cuestión de mover grandes flujos de personas en horarios fijos, sino de ofrecer soluciones adaptables, sostenibles y equitativas para una ciudadanía con hábitos diversos.

En los próximos años, la movilidad en Medellín y en el Valle de Aburrá deberá profundizar su relación con la sostenibilidad. Esta orientación responde tanto a retos globales como al cambio climático y al envejecimiento poblacional, como a desafíos locales relacionados con condiciones sociales y económicas, como la generación de empleo, la productividad y la manera en que ocupamos y nos vinculamos al territorio que habitamos.

Preservación del ecosistema

Cuando se habla de movilidad sostenible, suele pensarse en fuentes de energía que impulsan los vehículos. Hasta ahora hemos dependido principalmente de combustibles fósiles, como diésel y gasolina y, en menor medida, del gas natural Vehicular. Todos ellos comparten la condición de ser recursos no renovables, lo que significa que tarde o temprano dejarán de estar disponibles o su extracción será inviable.

La evidencia científica ha demostrado que la quema indiscriminada de estos combustibles ha incrementado los niveles de CO2₂en la atmósfera, provocando un aumento sostenido de la temperatura global. Este fenómeno, a su vez, genera eventos climáticos cada vez más extremos —sequías, lluvias torrenciales, huracanes— y el aumento del nivel del mar, amenazando directamente la capacidad del planeta para sostener la vida en todas sus formas y las actividades humanas. Por ello, avanzar en la descarbonización de la movilidad constituye un desafío crucial para aportar a la preservación de nuestra especie y de los ecosistemas que compartimos.

El Metro de Medellín, inaugurado hace tres décadas, es un ejemplo claro de movilidad sostenible. Al transportar grandes volúmenes de personas simultáneamente, optimiza el uso de recursos energéticos. Como además opera con energía eléctrica de fuentes renovables, reduce de manera significativa las emisiones directas de CO2.

Pero los retos ambientales no solo se limitan a ampliar el uso de energías renovables —solar, hidráulica, eólica o hidrógeno verde— para reducir las emisiones asociadas a la generación de electricidad, sino también al diseño y construcción de infraestructuras resilientes que logren resistir las amenazas que surgen de los terrenos inestables o afectados por fuertes lluvias.

Equidad e inclusión

La movilidad sostenible no se limita a lo ambiental, pues también involucra dimensiones sociales, económicas y de gobernanza. Mientras el cambio climático representa el mayor desafío ecológico, el acceso equitativo a un servicio de calidad, la inclusión de todos los grupos poblacionales en dicho servicio, y en particular el envejecimiento poblacional, emergen como grandes retos sociales del futuro.

Con una expectativa de vida en aumento y tasas de natalidad en descenso, nuestras ciudades estarán habitadas en una proporción cada vez más alta por adultos mayores. Ante este escenario, el entorno urbano y sus equipamientos deben transformarse para ser accesibles e inclusivos. Más allá de la infraestructura que será intervenida, la clave estará también en cultivar una cultura ciudadana solidaria y respetuosa que permita la convivencia entre generaciones.

En este sentido, nuestra Cultura Metro, definida como un modo de relación positivo con nosotros mismos como individuos, con los otros y con el entorno, es una propuesta que desde sus inicios se ha retroalimentado con la cultura ciudadana, el respeto, la corresponsabilidad y el cuidado de lo público, y que será cada vez más importante como herramienta para facilitar la convivencia armónica de diferentes generaciones.

Además del cambio demográfico, hay otras realidades sociales para las que la Cultura Metro es una respuesta acertada. Entre ellas están fenómenos como la migración y los nómadas digitales, que hacen que la población urbana sea más heterogénea y multicultural. Por otra parte, el reconocimiento cada vez mayor de las libertades individuales, posibilita que las personas expresen su sexualidad por fuera del modelo tradicional de hombres y mujeres cisgénero que establecen vínculos afectivos heterosexuales, dando lugar a un amplio espectro de relaciones afectivas interpersonales que la Cultura Metro invita a tratar con respeto.

Solo con modelos como el que planteamos desde la Cultura Metro es posible que personas con diversidad étnica, de género, edad, capacidades sensoriales y motrices, entre otras, se sientan incluidas en el entorno urbano y tratadas con equidad en sus diferentes equipamientos y servicios.

Desarrollo del transporte

Hoy, más de la mitad de la población mundial y más del 77 % de los colombianos habitan en ciudades. El reto, más allá de constatar la urbanización creciente, es ahora diseñar entornos urbanos habitables a escala humana, evitando que se conviertan en megalópolis caóticas e inmanejables.

Los sistemas de transporte masivo, como los que opera el Metro de Medellín, son la respuesta a este reto porque permiten tejer una red sostenible de conexiones. Pero es necesario que la expansión se produzca de forma planificada y, sobre todo, en armonía con el crecimiento urbano. Esto, que suena lógico, no sucede tan a menudo como se quisiera. Lo que habitualmente ha ocurrido es que primero se desarrollan zonas de gran concentración industrial, residencial o comercial y, luego se construyen las redes que las conectan entre sí.

Por ello, desde la planificación urbana ha surgido el concepto de desarrollo orientado al transporte (DOT), que replantea esta relación causa – efecto entre crecimiento urbano y expansión de redes de movilidad. En lugar de construir infraestructura después del crecimiento, el DOT exige planificar de manera conjunta la expansión urbana y la red de transporte, garantizando un desarrollo armónico y maximizando el potencial de los sistemas masivos, por ejemplo, a través de la activación de mecanismos de captura de valor del suelo.

En el Metro de Medellín hemos recorrido un camino de más de cinco años en esta dirección. Gracias a la habilitación como operadores urbanos y a alianzas con constructores, hemos desarrollado proyectos urbanísticos en el entorno de nuestras líneas y estaciones, tanto las actuales como las futuras. Esto nos permitirá contribuir a un desarrollo urbano más armonioso y compacto, como ha sido la aspiración desde el más reciente Plan de Ordenamiento Territorial formulado para Medellín.

A largo plazo

Pese a la insistencia en esa ciudad compacta, las limitaciones topográficas, así como la condición de ciudad –región que actúa como núcleo del desarrollo departamental, motivan la expansión de las relaciones económicas y sociales de la urbe hacia territorios más allá del Valle de Aburrá. Esto requiere de una planificación urbana concertada, así como de redes de movilidad que hagan posibles estas conexiones.

Para ello, desde 2006 hemos contado en el Metro de Medellín con nuestro Plan Maestro 2006 – 2050 Confianza en el Futuro, que incluye nuestro Plan de Expansión. Esta es una herramienta técnica para el crecimiento ordenado de la red, que hasta ahora incluía solo conexiones más densas dentro del Valle de Aburrá. Pero, dadas las relaciones económicas y sociales crecientes con otros territorios, la construcción y actualización periódica del plan tiene ahora en cuenta diversos instrumentos de planificación, como los planes de ordenamiento territorial de los municipios, el PEMOT (Plan Estratégico Metropolitano de Ordenamiento Territorial), el Plan Visión Antioquia 2040 y los planes de desarrollo nacionales, departamentales y distritales.

En consecuencia, la más reciente actualización de nuestro Plan de Expansión plantea el crecimiento de la red hacia otras subregiones de Antioquia, con la Empresa Metro como actor importante llamado a cumplir uno o varios de muchos posibles roles: planificador, consultor, estructurador, gerente de proyecto, operador o, incluso, posible aliado en un esquema de asociación público-privada (APP).

Además de los económicos y sociales, esta ampliación del ámbito de nuestra actuación también responde a factores ambientales, pues cada vez hay un mayor interés en descarbonizar la movilidad de carga y pasajeros, por lo que la expansión de sistemas férreos impulsados con energía eléctrica, como el que el Metro opera desde hace treinta años en el Valle de Aburrá, se convierten en soluciones en cuya implementación la Empresa está llamada a aportar desde su experiencia.

Por otra parte, y en sintonía con los planteamientos del desarrollo orientado al transporte, está el reconocimiento de las redes de movilidad como herramientas con gran potencial para contribuir al cierre de brechas de desarrollo entre los diferentes territorios del departamento. Así, luego de un concienzudo análisis de múltiples variables sociales, económicas y culturales de los 125 municipios de Antioquia, reformulamos el Plan de Expansión para que abarque todo el departamento bajo esta mirada.

Son en total treinta y una líneas de deseo, posibles futuros corredores de transporte, planteados en este nuevo Plan de Expansión, que se constituye en una propuesta de futuro para la ciudad–región del Valle de Aburrá y el departamento de Antioquia a 2050, desde una visión humana de la movilidad apoyada por nuevas y modernas tecnologías, limpias y sostenibles. Entre estos corredores, se encuentran: el Tren del Río entre Barbosa y Caldas, la conexión con el valle de San Nicolás y el aeropuerto José María Córdova en el Oriente cercano, y la conexión con el Urabá antioqueño, así como posibles redes de movilidad sostenible dentro de cada uno de estos territorios.

Uno de los mayores retos para la construcción de estos corredores es la financiación. Las doce líneas que actualmente opera el Metro de Medellín, así como el Metro de la 80, que está en construcción, han sido financiadas en una amplia proporción por el Distrito de Medellín y el departamento de Antioquia, con cofinanciación de la Nación en el caso de las líneas A y B, así como en el del Metro de la 80. En el futuro, estas fuentes deberán complementarse con otras, como por ejemplo alianzas público-privadas o concesiones, pues los recursos que se requiere invertir son cuantiosos y rebasan puntualmente la capacidad de los gobiernos para financiarlas.

Propiciador a la integración

Por último, para que nuestros centros urbanos en expansión sigan siendo habitables, es necesario concebir la movilidad como un sistema integral, semejante al sistema circulatorio humano. Los modos activos —caminar, bicicleta, patineta eléctrica— funcionan como capilares; el transporte público colectivo como arterias, y el transporte masivo como la aorta que articula todo el sistema.

En lo ambiental, lo ideal es que todos estos medios se impulsen con energías limpias y renovables, como la solar, la eólica, la hidráulica o el hidrógeno verde. En lo social, la clave es avanzar en tecnologías que faciliten la integración tarifaria y física, apoyadas en un urbanismo accesible e inclusivo.

En este camino, herramientas como el sistema de recaudo Cívica tienen un gran potencial para consolidarse como sistemas integradores de servicios de ciudad. La interoperabilidad tecnológica necesaria, y que está siendo reglamentada por las autoridades, debe centrarse en las personas, para simplificar sus desplazamientos, haciéndolos más comprensibles y accesibles para toda la ciudadanía.

El reto está en diseñar un sistema de movilidad integrado, flexible y resiliente, que combine lo mejor del transporte masivo con alternativas activas y de cercanía, siempre apoyado en energías limpias y en una cultura ciudadana que fomente el respeto y la convivencia. Solo así podremos garantizar que las ciudades sigan siendo espacios habitables, inclusivos y capaces de responder a los desafíos globales y locales de las próximas décadas.

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