“Bendito porro de la sabana
a mi ciudad la has enamorado
acá la fiesta no sabe a nada
si no se baila un porro marcado”.
Un cronista de este periódico dijo que en Medellín los martes eran los días de María Auxiliadora, los miércoles de cine y los jueves de piques de carros de alta gama. Pero le faltó decir que los domingos son de porro. La rumba es familiar y comienza a las 4:00 de la tarde, iluminada por el sol agónico y a veces triste de los domingos, y va hasta las 12:00 de la noche, después de mucho bailar.
En Medellín se baila porro marcado, un ritmo que nació acá, en el valle, y que dista bastante del caribeño. El porro es género de las sabanas de Córdoba, Sucre y Bolívar. ¿Cómo es que una música del siglo XX, nacida en otras latitudes, se sigue bailando en los salones de Medellín? ¿Cómo es que el porro ameniza la Feria de las Flores, y los fandangos decembrinos?
La historia es larga, pero el desenlace es uno solo. Es una noche de jueves y en San Juan, muy cerca a La Alpujarra, suenan los tambores y los cobres que, en compases cortos, le dan forma a un porro de la sabana. En Medellín el viento es más fresco, menos alegre que en el Caribe. Y, aunque el porro es el mismo, se baila de una manera singular.
Andrés Echeverri es el profesor de porro en Palko Discoteca, sobre San Juan. La disco es un salón amplio, sencillo, con mesas a los costados y una gran pista en el centro. Con micrófono da indicaciones de los pasos básicos del porro marcado, también llamado porro paisa.
Los asistentes a la clase son personas mayores, en su mayoría, pero también van jóvenes. La primera clase es a las 6:00 de la tarde, con los principiantes. Desentendidos, muchos de ellos descoordinados, tratan de seguir el ritmo de la música y de guiar a la pareja. Para animarlos, Andrés promete una media de tequila o de aguardiente. Algunos, animados, dan los primeros pasos, hacia adelante y hacia atrás, meciendo la cadera.
A las 7:00 de la noche llegan los alumnos aventajados. Ya dan vueltas a sus parejas y adornan los movimientos con taconeos y movimientos de los pies. El porro marcado tiene influencias de otros bailes. Medellín fue en el siglo XX epicentro de la industria fonográfica. Acá vino a grabar Lucho Bermúdez y se quedó 15 años, celebrando en ese tiempo parrandas inolvidables que comenzaban antes del amanecer.
En Medellín también grabó su primer disco Diomedes Díaz, el cantante vallenato más vendedor de la historia. Pero en la ciudad no solo se hicieron populares los ritmos tropicales; el tango enamoró a Manrique y su baile elegante, de salón, corrió por este valle como si se tratara de Buenos Aires o Montevideo.
Esa mezcla de géneros y de bailes nutrió al porro marcado. Algunas vueltas a la pareja, por ejemplo, tienen más que ver con el bamboleo del tango, en cambio, los taconeos y los pies girando en el aire se deben a la salsa.
Andrés explica que a veces llegan costeños a las clases y se extrañan al ver el baile. “Así no se baila el porro”, dicen. El profesor les explica que así es el porro marcado, oriundo de Medellín, un sincretismo que hasta le debe al pasodoble.
El jueves se acaba pronto la rumba, pues todos saben que el parrandón es el domingo. En Medellín hay una comunidad porrera que, desde hace muchos años, instauró el domingo como el día de la fiesta. Hace treinta años, cuando ni siquiera existía el reguetón, los porreros iban a azotar baldosa a Caldas, a un lugar que se llamaba El Ventilador. En los barrios también se gozaba con el ritmo caribeño, que con los años se enraizó en las fiestas decembrinas. Fiesta navideña sin porro marcado no sirve porque, como dice la canción, así “no sabe a nada”.
Aunque Andrés dice que la comunidad porrera de Medellín es pequeña, en los últimos años ha ganado un espacio. En la cancha cerca a la estación Madera del Metro, sobre el piso áspero, se encuentran los más jóvenes los domingos. Les basta con un reproductor de música y las ganas del encuentro social. Ensayan pasos viejos, inventan nuevos, comparten y crean. Eso mantiene vivo el ritmo, al menos asegurándolo una generación más.
Pero hay más espacios en Medellín para escuchar y, sobre todo, bailar porro. La Tienda, en Envigado; el Salón la Anticuaria, en el centro; El balcón de Zouk, en Manrique la 45, solo por mencionar algunos, hacen parte de los escenarios que se han creado o mantenido como una insignia de la tradición del porro, la cumbia y las gaitas, porque hay espacios para todos los ritmos sabaneros. En el Parque del Periodista también está Lotus Tropical.
Estas músicas, sin embargo, no fueron aceptadas tan fácil en la capital de Antioquia. Pasó igual que con la música vallenata, que era mirada con el mismo desdén, criticada por provinciana, por campesina, y considerada burda o antiartística.
En la aceptación del porro en Medellín tuvo que ver mucho Lucho Bermúdez. El músico legendario, considerado por algunos el más grande que haya parido este país, llegó a la ciudad a finales de los 40. Era el boom de la industria fonográfica con Sonolux, Discos Fuentes y RCA Victoria. A Bermúdez lo contrataron para amenizar las fiestas del Hotel Nutibara, donde el porro se bailaba todavía con una cadencia más suave, más sobria, si se quiere. El músico vivió en Campo Amor, un barrio obrero. No hay que olvidar que el porro echó raíces en las clases populares.
Miryam Suaza, profesora de la Universidad de Antioquia, cuenta en su tesis de posgrado que la introducción de pasos del tango y la salsa comenzó en los años 60 y para los 70 se instauró lo que hoy llamamos porro marcado, especialmente en los barrios populares.
Así fue que el barrio Enciso, ubicado en lo alto de la comuna 8, se convirtió en insignia del porro en la ciudad. Más interesante fue que la música caribeña, y su baile, se convirtieron en un instrumento de paz. Gracias al Porro Vía, un evento que fue ganando espacio, los combos de la zona dieron un respiro a sus armas y se unieron al son del ritmo sabanero.
El profesor Andrés quiere hacer algo similar. Su intención es que el porro vuelva de nuevo a los barrios, pues su esencia es popular. “Queremos hacer clases en los barrios, que la gente disfrute de esta música. El porro es un género muy familiar, que une a las personas, y eso es lo que queremos”, comentó Andrés.