La historia es un escenario en constante disputa. El pasado se bifurca en relatos a veces complementarios, a veces inocentes, a veces opuestos. Sobre ese fondo aterciopelado que es la historia social, como la imaginó la poeta Diane Ackerman, los recuerdos “están sujetos como mariposas por alfileres”. Dejar escapar alguna significa entonces el olvido. España debate ahora mismo qué recuerdos ya no quiere sobre su pasado.
O tal vez cuántos más desea sobre él. El Proyecto de Ley de Memoria Democrática (LMD) fue aprobado el pasado 20 de julio por el Consejo de Ministros del gobierno de Pedro Sánchez. Un texto de 65 artículos que propone un relato de la Guerra Civil (1936 - 1939) y de la posterior dictadura del general Francisco Franco (1939 - 1975), a partir de la condena al dictador y a su golpe de Estado, la reparación moral de las víctimas y la difusión de la “Memoria Democrática”.
Como en una suerte de reivindicación propia, la democracia española podrá por fin “cerrar una deuda con su pasado”, promete el proyecto. Un pasado que regresa de vez en vez a crispar los ánimos del presente, casi siempre alrededor de la figura de Franco, de su vida y también de lo que sobrevive de ella.
Un legado que incluye instituciones como la Fundación Francisco Franco (FNFF), dedicada a “promover el estudio y conocimiento sobre la obra” del dictador, además de un reguero de símbolos por toda España a su imagen y homenaje: desde estatuas en plazas públicas, hasta el nombre de calles y el faraónico Valle de los Caídos, erigido por él mismo como monumento a la victoria de su bando, los nacionalistas, sobre los republicanos en la Guerra Civil. Y como tumba. De allí fue exhumado en 2019, también por orden del gobierno de Sánchez, concentrado entonces como ahora en ganarle la última batalla, la del recuerdo.
La historia, según...
“La LMD no es más que una herramienta política para revertir la historia, borrar de ella a Franco, los 40 años de su capitanía y la transición política, llevándose por delante incluso a la propia monarquía reinstaurada por él”, explica a EL COLOMBIANO, Juan Chicharro Ortega, general retirado del Ejército español y presidente de la FNFF, una institución que podría, en el marco de la ley, ser extinguida por hacer apologías del dictador.
“¿Qué es apología del franquismo?”, se pregunta, “¿lo es decir que Franco salvó a España de la Segunda Guerra Mundial? De haber perdido en la Guerra Civil, España se habría convertido en una dictadura satélite comunista de la Unión Soviética. Eso es lo que aún, 80 años después, no perdonan: Franco venció al comunismo con las armas”. Lo que para Chicharro es la historia, para otros es revisionismo puro.
“Francisco Franco fue un General que se sublevó contra un régimen legítimamente constituido (la Segunda República), con pretextos espurios”, detalla Ángel Viñas, reconocido economista, diplomático e historiador español especializado en la Guerra Civil: “En la tesis franquista, la Guerra Civil era inevitable. El Ejército español y la parte de la sociedad más viva, más patriótica, se había visto obligada a sublevarse en 1936 porque había que adelantarse a una revolución comunista inminente que habría podido introducir después a España en la Segunda Guerra Mundial. Eso es falso. Franco gana la guerra gracias a la ayuda de Benito Mussolini y a la no intervención de las democracias en el auxilio de la República”.
En el relato de Viñas, el Golpe de Estado fue la reacción de un sector civil y militar que quería reinstaurar la monarquía que había caído en 1931 y echar abajo las reformas de la República. “Todo esto se ha querido mostrar como una lucha por la independencia de España contra la amenaza comunista. Y esa es la lección que los niños españoles de mi generación, yo nací en 1941, aprendimos en la escuela”, dice Viñas, “y todavía hay un sector de la población española, de la sociedad española, que a pesar de que ya han transcurrido 85 años del final de la Guerra Civil, se lo sigue creyendo”.
En el abismo entre ambas versiones, una claridad: alrededor de 150.000 personas murieron en esa guerra civil y en la dictadura que le siguió. Tras la muerte de Franco en 1975, el país optó por mirar hacia el futuro, por suponer que la guerra y la dictadura no había dejado vencedores o vencidos. “Olvidemos. Hay que reconstruir”, detalla Viñas. El letargo comenzó a disiparse a inicios del siglo XXI, cuando diversos gobiernos de izquierda fueron auspiciando mayores investigaciones sobre el desarrollo de la dictadura.
“El cambio generacional, el redescubrimiento por parte de una nueva generación de la represión franquista, empezó a alterar los ánimos de ciertos sectores de la sociedad”, agrega Viñas. En 2007 se expidió la primera ley de memoria que, aún entonces, no calmó la expectativa de la España que la exigía. 14 años después, otro gobierno de izquierda la renueva, con el ánimo, dice, “de suprimir elementos de división entre la ciudadanía y promover lazos de unión en torno a los valores, principios y derechos constitucionales”. No está claro que sea posible.
¿Memoria colectiva?
“No cierra ningún tipo de herida, al contrario, las reabre y además de una manera muy artificial”, crítica Roberto Villa García, profesor titular de historia política en la Universidad Rey Juan Carlos y autor de varios libros referentes a la Segunda República (1931 - 1939), “estamos hablando de un conflicto de hace ya prácticamente un siglo. Ya no queda víctimas, pues a pesar de que la dictadura dura hasta 1975, lo peor de la represión tiene lugar en los años 30 y la primera mitad de los años 40”.
Mientras el Gobierno anunciaba la aprobación del proyecto de ley, los partidos de derecha se situaban en contra. “Lo que España necesita no es un Gobierno que esté mirando al pasado y que busque enfrentar y dividir españoles, reescribir la historia”, dijo la portavoz del Grupo del Partido Popular (PP) en el Congreso, Cuca Gamarra.
Iván Espinosa de los Monteros, de Vox, de derecha extrema, fue más allá, anunciando que recurrirá ante el Tribunal Constitucional y pedirá la derogación por ser “un atropello a las libertades”.
“Las disputas sobre la figura de Franco o sobre cualquier otro aspecto de la historia son normales en democracia. El problema es que haya un gobierno que quiera imponer un relato único sobre lo que fue el franquismo o la Guerra Civil”, señala Villa, “el relato que se quiere imponer es el de una guerra entre demócratas y fascistas. Los demócratas serían en bloque todos los del bando republicano y los fascistas serían todas las personas del bando nacional. Fue algo mucho más complejo”.
“Lo único colectivo es la historia, no la memoria. La memoria es individual. Una memoria de Estado se entiende en contextos no democráticos, pero en democracia la pluralidad no debería ser problema”, agrega Villa.
La memoria se parece menos a un cuadro de óleo seco y más a un artista que dibuja libre sobre una hoja en blanco. Lejos del gran almacén de recuerdos estáticos, la ciencia la ha definido como una facultad creativa que recupera y evoca en función del presente. No es una acumulación pasiva de datos fijos, no es infalible, actúa completando los vacíos del recuerdo, dramatizando, haciendo coherente el relato. Y también olvidando, cuando sobrevivir depende de ello. ¿Por qué optará España?
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años duró la dictadura de Franco. Inició en 1939 y terminó en 1975, a su muerte.