Estados Unidos vive una mañana de miércoles compleja. Desde las elecciones de 2000 el país no amanecía un 4 de noviembre sin conocer quién sería su próximo presidente. La contienda electoral que enfrenta a Joe Biden (demócrata) con Donald Trump (republicano) se mantiene cerrada, como ninguna encuestadora lo predijo, y amenaza con lanzar a la primera potencia del mundo al abismo de la duda sobre sus elecciones.
Texas y Florida, dos de los Estados clave que, en un principio, parecieron dar la sorpresa y volverse azules, siguieron el guion de la historia y fueron botín republicano. Arizona, por el contrario, decidió en esta ocasión apoyar a los demócratas. El conteo en Estados clave como Michigan, Wisconsin, Nevada y Pensilvania continúa y podría alargarse, incluso, hasta el viernes.
Desde semanas antes al día clave, Donald Trump venía alertando sobre las supuestas intenciones demócratas de “robar las elecciones”. El panorama se hace particularmente complejo este año, puesto que el voto anticipado, promovido por las autoridades en todos los estados como estrategia para evitar aglomeraciones en el contexto de la pandemia, rompió todos los récords. Según cálculos de la organización U.S. Elections Project, de la Universidad de la Florida, cerca de 100,7 millones de estadounidenses votaron antes del 3 de noviembre: 35,9 millones presencialmente y 64,8 millones por correo postal.
El presidente y candidato a la reelección, Donald Trump, insistió en que su equipo de abogados está listo para llevar ante la Corte Suprema la solicitud de que el conteo de votos finalice cuanto antes, criticando que aún después del cierre oficial de las urnas, varios estados seguirán recibiendo y procesando los tarjetones que los ciudadanos enviaron por correo postal con anterioridad.
El caso que más preocupa a Trump es el de Pensilvania, considerado estado clave por su cantidad de delegados electorales, pues las tendencias demuestran allí un resultado reñido pero las autoridades prevén que el escrutinio de los tarjetones se extienda hasta el viernes y ya el Supremo se había mostrado renuente a intervenir al respecto, pese a las constantes solicitudes de la campaña republicana.
“No queremos estar en una posición en la que se le permita ver llegar todos los días tarjetones, a ver si podemos encontrar al menos 10.000 votos más”, dijo el mandatario y expresó que se está incumpliendo el derecho de los estadounidenses a “conocer el ganador el día de la elección”. Esos mensajes se han ido repitiendo desde las toldas republicanas durante la madrugada y mañana de este miércoles, cuando la tendencia en algunos de los Estados clave favorecen a Biden.
“Se vienen días difíciles para Estados Unidos”, señala David Castrillón, experto en relaciones internacionales e investigador de la Universidad Externado de Colombia. “Trump no renunciará fácilmente a la reelección, sobretodo cuando Biden no ganó de la forma abrumadora en la que se esperaba y el margen en Estados clave es estrecho. Hay que esperar que Trump lleve esto a las Cortes, como ha estado amenazando que lo haría, y que sean ellas las que definan quién tiene la razón”.
Aunque las Cortes y en general el sistema judicial estadounidense cuenta con una alta popularidad y confianza ciudadana, durante el Gobierno Trump se han nombrado más de 200 jueces federales y 3 jueces del Supremo, un record para un presidente. El proceso, si el republicano quiere llevar las elecciones a la justicia, tendría que empezar en cada Estado en la que su equipo reconozca dudas razonables.
A partir de allí, el caso podría subir a la Cortes federales y de allí, a la Corte Suprema. “Será un reto para ambas campañas mostrar que lo que alegan es cierto. Trump impulsará el discurso de que ha habido fraude en las elecciones y que la manera en la que se dio el conteo de voto no es constitucional”, finaliza Castrillón.
La última vez que el Tribunal Supremo tuvo que resolver una elección presidencial fue en 2000, debido a problemas en el recuento en Florida, y finalmente el republicano George W. Bush se alzó victorioso una vez que el demócrata Al Gore tuvo que tirar la toalla después de que se le negase un nuevo escrutinio.