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La triste historia del “Core”, el trapito rojo que lleva cuatro meses en la morgue

En la madrugada del 20 de junio, a un hombre conocido como “el Core” lo mataron a golpes por un robo que no hizo.

  • “El Core” no tenía plata ni familia en Medellín. Apenas un par de amigos que había conocido en los casinos y que le ayudaban a sobrevivir. FOTO cortesía archivo amigos
    “El Core” no tenía plata ni familia en Medellín. Apenas un par de amigos que había conocido en los casinos y que le ayudaban a sobrevivir. FOTO cortesía archivo amigos
hace 3 horas
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El hombre que cuida los carros en uno de los parques de la Avenida 70 en Medellín es un holandés. Nació hace 30 o 35 años en un pueblo cerca de Rotterdam que prefiere no decir porque da lo mismo, nadie lo conoce. Rubio, alto, flaco. Llegó a Medellín hace cuatro años, después de la pandemia, cuando tuvo que cerrar un bar que tenía en su país y salió a viajar por Suramérica con amigos. En Medellín se enamoró y se quedó. A veces cuida carros y a veces traduce cosas en internet. El español lo escucha rápido, ágil, pero lo habla lento, torpe. En español dice que se llama Moisés.

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Hace cuatro meses tenía un compañero con el que se rotaba los turnos en el parqueadero: uno en el día y otro en la noche, pero ahora está solo porque al “Core” lo mataron. “Uy, eso lo cogieron y le daban patadas contra el piso, así, pum, pum, pum. Fue horrible, horrible”, recuerda Moisés, mientras hace la mímica con la pierna.

La paliza fue el 20 de junio después de la medianoche. En el pequeño parquecito, donde caben poco más o menos que una docena de carros y motos, al lado de una barbería, un consultorio de odontología y un pequeño edificio de ladrillos naranjados, al “Core” lo mataron a las patadas. Pum, pum, pum.

Lo acusaron de robarse o de dejarse robar un carro, una camioneta blanca que horas antes habían dejado parqueada allí. Los que vieron la paliza dicen que eran tres hombres. Moisés intentó salvar al “Core”, pero también le pegaron. Algunas personas que pasaban trataron de separarlos. Llamaron a la Policía, que alcanzó a capturar a dos: Jacobo Castañeda Cano y David Álvarez Soto, de 25 y 29 años, que hoy están libres.

Después de la golpiza, alguien encontró la camioneta a dos o tres cuadras del parqueadero. Las primeras versiones dijeron que el Tránsito se la había llevado, pero no está comprobado. Lo que sí, es que el “Core” no se la robó.

Lo que pasó esa noche quedó registrado en las cámaras de seguridad de la barbería aledaña. Carlos, el dueño, dice que las revisó al otro día y, aunque lejano y borroso, allí se veía cómo los hombres que golpearon al “Core” la dejaron parqueada. Luego, dice Carlos, en las cámaras se veía que otras personas se la llevan y que finalmente, los conductores originales regresaron a cometer el crimen.

Castañeda y Álvarez (o sus delegados) fueron los primeros en volver a la barbería a preguntar por las cámaras, y luego, días después, la Fiscalía, pero entonces Carlos les dijo que el sistema de seguridad borraba automáticamente los videos cada 15 días y que ya no existían.

Aunque a alguien —extranjero o despistado— le pueda parecer extraordinaria la muerte del “Core”, no lo es. Es de lo más común: este año en Medellín 94 personas han sido asesinadas por “problemas de convivencia”. Es la principal causa de muerte violenta en la ciudad, incluso por encima de los homicidios asociados a las bandas criminales o a los robos. Es decir, si mañana desaparecieran todos los combos y los asesinos de la ciudad, todavía cada año habría más de un centenar de asesinatos cometidos por personas que probablemente nunca antes han cometido un crimen, pero que pueden matar a alguien por una respuesta grosera, por una devuelta mal dada, por no bajarle el volumen a la música, por una infidelidad o por un gol, por no encontrar un carro en un parqueadero.

Pero el “Core” no se murió esa madrugada ahí abajo de las escaleras de la entrada del edificio de ladrillos naranjas, sino ocho días después, el 28 de junio a las 10 de la mañana en el hospital San Vicente Fundación, a los 63 años. Desde entonces han pasado ya 121 días y el cuerpo del “Core” sigue en la morgue porque nadie lo ha ido a reclamar.

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Hasta hace un mes, ni la Fiscalía, que dice estar investigando el homicidio, ni Medicina Legal, ni los amigos del “Core” sabían cómo se llamaba realmente ni cuántos años tenía. Lo único que sabían es que le decían el “Core” porque era coreano, de Corea del Sur.

Un par de amigos que tenía pensaban que se llamaba “Sun Song”, como canción del sol en inglés, eso hubiera sido bello. Pero no, Son Sung Don era su nombre, según la embajada de Corea en Colombia.

Aquí, en Colombia, no tenía familia ni plata. Los amigos eran los jugadores habituales del modesto casino del frente del parqueadero donde lo mataron. Desde allí salieron corriendo cuando supieron de la paliza, pero cuando cruzaron la calle ya lo encontraron casi muerto. Al “Core” le gustaba apostar, pero ya no lo dejaban entrar a los casinos, no porque fuera muy hábil y suertudo, sino porque iba siempre muerto del sueño a quedarse dormido en las máquinas.

Sus amigos, Milton y Fernando, lo conocieron hace unos dos años en cualquier casino del centro de Medellín donde el “Core” se jugaba los poquitos pesos que tenía. Vivía de la caridad: los taxistas lo dejaban dormir la siesta en el carro y los amigos apostadores, cuando ganaban, le daban la liga para la comida. La única foto que tienen de él es de un día en que lo invitaron a comer sancocho: ahí se ve canoso, con el pelo liso, chuzudo, de contextura delgada pero de brazos que conocieron la mano de obra: dedos gruesos y venas brotadas. Era amable, dicen, pero no hablaba casi. Su español era como el del holandés que ahora lo reemplaza: rápido en el oído, pero lento en la lengua. Alguien así: viejo, pelado, jugador, casi mudo, difícilmente se mete en problemas. Nadie parece tener quejas suyas, aunque eso sea lo más normal entre los muertos.

Fueron Milton y Fernando los que le consiguieron el trabajo como cuidador de carros en la 70. El trapito rojo que había antes se había muerto de viejo y el puesto había quedado vacante. Lo recomendaron y allá fue a dar apenas uno o dos meses antes de que lo mataran. Según cuentan, en el nuevo trabajo le estaba yendo bien. En una noche de fin de semana se podía hacer más de $100.000 que le alcanzaban para pagar varias noches de pieza para dormir.

De su pasado, el “Core” no contó mucho, o porque no le gustaba o porque no sabía cómo decirlo o porque ya se la había olvidado. Les dijo a los amigos que había llegado a Colombia hacía años a vender esmeraldas en Bogotá. A Moisés le contó que antes había trabajado en una mina del Bajo Cauca. Fueron los dos amigos los únicos que lo visitaron en la clínica y, una vez muerto, han intentado buscar a su familia y algo de justicia. Pero sin los videos de las cámaras de seguridad, sin flagrancia, con apenas un testimonio (Fernando no estaba esa noche en el casino y al resto de los que vieron les da miedo denunciar) poco se puede hacer, mucho menos por un hombre que lleva cuatro meses en la morgue.

También escribieron a la embajada de Corea del Sur en Colombia y dicen que uno de los funcionarios lo conocía de su época de esmeraldero. De la embajada encontraron a la familia y les dieron la noticia. Desde entonces, aseguran, han enviado cinco cartas oficiales a la Fiscalía de Medellín pidiendo la verificación de la identidad y el certificado de defunción para hacer las honras fúnebres y entregarle el cuerpo a la familia, pero no han tenido respuesta.

“Nuestra embajada se encuentra en un estado de gran frustración y esperamos que la Fiscalía lleve a cabo sus tareas con mayor rapidez y eficiencia (...) La familia del Sr. Son, que reside en Corea, es muy comprensiva y ha mostrado mucha paciencia, pero la falta de avances nos preocupa profundamente, ya que el tiempo sigue pasando sin resultados concretos”, dicen. Pero de la Fiscalía responden que apenas hace dos semanas recibieron la información de la identidad que, además, estaba en coreano y tuvieron que traducir, pero que ya todo está listo para entregar el cuerpo del “Core”, al que hace ya cuatro meses, una madrugada, un par de hombres que están libres le pisaban con fuerza la cabeza sobre el pavimento.

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