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Sergio Fajardo, candidato

07 de julio de 2008
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Sergio Fajardo se parece al país urbano, al país joven, al país moderno. La frase no es mía, es de un amigo, pero me sirve para iniciar esta columna. Una de las sorpresas agradables de esta semana es la revelación de que este ex alcalde de Medellín marca en los primeros lugares de las encuestas para la presidencia de la república.

Fajardo es una persona a la que admiro mucho, es hincha del Deportivo Independiente Medellín y quizás, abusivamente, puedo decir que es mi amigo, por eso no puedo hablar con una especial objetividad de su vida y de su trayectoria política.

La política es un oficio rudo en el que no es fácil encontrar a hombres como Fajardo: con un título de intelectual ganado a carta cabal, con reatos éticos que le impiden ciertas licencias que la mayoría de los políticos colombianos se dan y con la pasión y la dedicación del político de profesión. Esas tres cosas juntas casi nunca se dan.

Creo que era André Malraux quien decía que entre el político y el intelectual había un abismo. El primero tendía a tener una sola idea para convencer a mucha gente y el segundo tenía muchas ideas complejas para discutir con poca gente. De ahí que la política fuera especialmente banderiza, rabiosamente diferenciadora, mientras la labor intelectual era el campo para las dudas, el lugar donde se hacían las preguntas, el punto desde donde se ponía un especial cuidado a las zonas grises y a las indefiniciones.

La historia moderna, además, ha hecho perdurar la sentencia de que la política no va con la moral, enunciada por Maquiavelo hace ya quinientos años. Los políticos de todos los lados -y ni se diga los colombianos- transgreden con facilidad límites morales. Entienden que su misión es ganar el poder y conservarlo para llevar a la práctica sus convicciones y piensan que en ese camino a veces es obligatorio hacer algunas concesiones.

Los intelectuales puros tienden igualmente a desdeñar la acción y sienten pereza o desazón cuando se ven obligados a bajar al barro de la vida cotidiana. Cuando se ven impelidos a oír con paciencia a la comunidad. Cuando deben ocuparse de las cosas menudas que exigen los electores.

Fajardo ha logrado contradecir algunas de estas oposiciones. Como si fuera un hábil político logró pulir una consigna de gobierno y convencer a una ciudad con ella. Le vendió a Medellín la idea de la educación como eje central de su gobierno y logró ganar la Alcaldía con esta proclama. Alrededor de este concepto puso a girar la disminución de la violencia y el cambio de imagen que debía proyectar en el país y en el exterior esta ciudad agobiada por un largo y atroz conflicto.

No menos audaz y significativa fue la búsqueda de unas relaciones transparentes con el Concejo y con los grupos políticos del departamento. Se mantuvo en la posición de que los temas que le interesaban a la ciudad se debían tramitar públicamente y no admitían transacciones indecorosas por debajo de la mesa.

Pero estas cosas no fueron novedad para mí cuando se lanzó a la política, ya las había percibido en las labores de paz o en los distintos compromisos sociales que adelantó antes de presentarse para la Alcaldía de Medellín. Lo que realmente me sorprendió fue la pasión y la disciplina admirable con que ha afrontado la labor política. Se puso en la tarea de construir un proyecto político de alcance nacional y lo está logrando.

El reto de contribuir a que Alonso Salazar pudiera ganar la Alcaldía para dar un segundo paso en la construcción de este proyecto es la demostración palmaria de la disciplina y la lealtad que animan a Fajardo. Lo es también la tarea de visitar municipio por municipio a la Colombia profunda que ha iniciado desde que dejó su cargo de alcalde de Medellín.

La lucha de Fajardo por la presidencia apenas empieza y el camino está minado de dificultades. La primera es, desde luego, las pretensiones reeleccionistas de Uribe y el gran arrastre que éste tiene. Pero el hecho de que figure ya con diez o doce puntos en algunas encuestas es una muy buena noticia para Colombia, para los jóvenes, para la modernización de la política y del país.

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