- en 1996 el Icfes le otorgó la personería jurídica como plantel en el ciclo superior.
- fue pionera en la capacitación de la mujer antioqueña y su incursión laboral.
- en 1915 se fundó la institución como escuela de comercio en Medellín.
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En una cartulina en la que dibujó cada una de las letras y los signos del teclado Gustavo Vásquez Betancourt aprendió mecanografía. No tenía máquina de escribir en su casa.
"Teclee sin mirar: Asdf. Espacio. Lkjh. Espacio. Zxcv. Espacio...", le indicaba Carlos Reinoso, su maestro.
Al mecanotaquígrafo mexicano lo trajo desde Estados Unidos hasta Medellín la firma Ángel López, exportadora de café e importadora de maquinaria y herramienta.
Le enseñó, además, taquigrafía pues compartir sus conocimientos con su amigo era el pasaporte para poder renunciar a la empresa.
Los recuerdos los conoce Mario Vásquez por los diarios que escribió su padre Gustavo, el hombre que 90 años atrás fundó la Escuela Remington.
"El muchacho que trabaja en el almacén me va a reemplazar", le dijo Reinoso a don Enrique, el gerente de la firma.
Llegó el día de la prueba. Le dictaron una carta que tomó en taquigrafía y también escribió a máquina. Así corroboraron sus destrezas.
El mexicano se marchó y Gustavo, a sus 17 años y con segundo de bachillerato, pasó a trabajar en el segundo piso y con el doble de salario.
Eran los primeros años de la segunda década del siglo pasado. Medellín tenía, entonces, entre 50 y 60 mil habitantes. La firma Ángel López, quedaba en un edificio de la parte occidental del Parque Berrío.
Ésta y las demás oficinas eran manejadas por hombres y las mujeres sólo estudiaban los primeros niveles de la secundaria para luego dedicarse a ser amas de casa o maestras. Una que otra cogía los hábitos.
Existía la Facultad de Minas, la Universidad de Antioquia y pare de contar.
Llegó la Remington
El relato del diario de la primera etapa de la institución continúa en la voz de Mario, el hijo.
Gustavo, que ya era don Gustavo, al ver que podía ganarse unos centavos con lo que sabía empezó a dictar clases personales de mecanografía.
Por la misma época llegó a la ciudad la firma Félix de Bedout e hijos, editorial e importadora de juguetería y cosas de oficina. Fueron los que trajeron las primeras vitrolas y un lote de máquinas de escribir marca Remington, originarias de Estados Unidos.
Pero como había que enseñarle a la gente a escribir para que comprara la máquina la firma creó la Escuela Remington de Comercio y a don Gustavo, uno de los dos conocedores en Medellín sobre el tema (además de Rafael Herrán), lo llamaron a dictar las clases.
A los pocos días vio que el asunto tenía buena acogida y le propuso un negocio al señor Bedout: "usted vende las máquinas y yo enseño".
El trato se cerró. Don Gustavo se independizó, compró 10 máquinas e igual cantidad de mesas, taburetes y atriles para continuar con las clases.
Era 1913 y fue realmente en ese año que nació la Escuela Remington, pero el hombre bastante agorero prefirió evocar a 1915 cuando le preguntaron por el año de fundación y así, de paso, evitar algún desastre.
Uno de sus grandes deseos fue capacitar a las mujeres, a las que en la época no se les permitía trabajar.
Ante la advertencia de que un hombre no podía manejar un colegio de señoritas decentes, le enseñó mecanografía a sus dos hermanas, Luisa y Martha, de la misma manera en la que él aprendió.
Ellas prepararon a las alumnas de la "alta sociedad" para proyectarlas al mundo laboral y ayudarlas a conquistar nuevos horizontes y él se encargó de los hombres.
"La mujer empezó a manejar dinero, a soñar, a montar sus negocios y darles un ambiente amable a las oficinas y así prosperaron más", expresa Mario al hablar de los aportes de la institución.
El éxito fue arrasador. En el departamento de Colocaciones (empleo) don Gustavo les garantizaba a las empresas 85 o 90 palabras por minuto en mecanografía y 145 en taquigrafía.
A los 10 años, en pleno auge de la Escuela, los socios de las máquinas de escribir Remington se enteraron y le dijeron que le tenía que quitar el nombre al plantel pues ellos lo habían registrado primero.
"¿Y cuánto me van a pagar ustedes por la divulgación de la máquina?", respondió el hombre a los empresarios que se marcharon sin reparos.
A la taquigrafía y a la mecanografía se le sumaron los de correspondencia, archivo, matemáticas y contabilidad.
Debido al éxito de los cursos no formales, que antes no existían, arribó la competencia. Inició entonces la segunda etapa de la institución, que Mario, su hijo, califica como de "asentamiento y cambio".
La que usted elegirá
Como una salida, don Gustavo, con sus dotes de publicista, inventó el eslogan: "la escuela que tarde o temprano usted elegirá".
La frase que con los años se convirtió en motivo de chistes "acabó hasta con el diablo", asegura su hijo.
La idea era clara: estudie donde quiera, pero tiene que volver a la Remington para obtener un diploma que le de garantía para poderse colocar.
Y así lo hicieron muchos que le mandaron cartas contándole al rector de la institución cuando se "colocaban".
Mario aún guarda cuadernos llenos de misivas agradeciéndole a su padre por haber conseguido un trabajo y ser lo que eran gracias a la Remington.
Con el tiempo también cambiaron las sedes: Junín con Colombia, plazoleta Uribe Uribe. Ahí, en 1967, murió el fundador de la primera escuela de comercio.
La consolidación del plantel quedó en manos de 4 de sus 14 hijos. Eligieron para seguir con el legado a los que heredaron la vena de educadores.
Los nuevos directivos ampliaron la oferta de programas, consiguieron otras sedes, que la Oriental con Maracaibo, que El Palo entre Perú y Bolivia, que el colegio de las monjas de La Presentación.
La mayoría de las máquinas de escribir Remington hubo que reemplazarlas por otras eléctricas que luego se convirtieron en computadores.
Las clases tradicionales de mecanografía también cambiaron por las de digitación.
Mario cuenta que las empresas cada vez exigían más grados de escolaridad para emplear a la gente debido a que se tecnificaron. Decidieron entonces modernizarse y meterse en el cuento de crear una institución de educación superior.
Luego de muchos viajes a Bogotá, cada 15 días, Jorge y Mario Vásquez lograron en junio de 1996 la autorización.
Iniciaron la nueva etapa con lo que sabían: sistemas, contabilidad, administración, mercadeo y turismo. Luego entraron con otros programas como Derecho, Medicina y Sicología.
"Universidad es universo y el conocimiento no tiene límite", responde Mario al porqué de entrar en otras disciplinas.
El eslogan que la marcó muchos años ya no está vigente, expresa. "Por lo menos no somos escuela, somos corporación universitaria".
Así se lee aún en el costado occidental del Parque Berrío, en el que hace 90 años, don Gustavo impartió las primeras clases de mecanografía en las máquinas Remington.
Una egresada
Un año después de la muerte del fundador Gustavo Vásquez Betancourt murió (1967), Rosa Ardila Angarita la cual se graduó en Secretariado General.
"Quise mucho a la Remington. Era lo más famoso en la ciudad y todo el mundo tenía que ver con ésta", recuerda la mujer que quiso capacitarse después de la liquidación de la empresa en la que trabajó desde joven. Como ella muchas mujeres se formaron pese a la negativa de sus padres.
Rosa cuenta que la institución funcionaba en una casa vieja y grande, en la plazuela Uribe Uribe. Todavía recuerda el patio central y el almacén donde vendían las máquinas, las cintas, los lapiceros, los textos de taquigrafía y mecanografía.
"La educación era muy exigente. Teníamos que estar estudiando el teclado muy bien y nos ponían un disco para llevar al compás con el teclado. Además hacíamos ejercicios con los dedos para tener mayor habilidad".
Al poco tiempo que terminó la llamaron de un colegio para trabajar. "Así corroboré que la preparación de la Remington era de calidad". Luego trabajó como maestra en la institución de la que se graduó.
Hasta hace poco guardó su máquina de escribir Rémington y aún conserva el cuadro de la promoción de mujeres, en 1968.