Es muy difícil hacerles ver a unos colegas periodistas residenciados en París, Londres, Roma o Madrid, que en Colombia no estamos padeciendo la opresión de ninguna dictadura fascista, ni las respuestas de la fuerza pública durante las manifestaciones de estos días constituyen demostraciones de criminalización de la protesta legítima.
En algunos medios de información y en facebook abundan los videos y textos con los que se pretende resaltar "la brutalidad policial", "la persecución contra la libertad de prensa" y la contundencia del régimen para sofocar la inconformidad campesina.
No sería sensato negar que ha habido algunas reacciones desproporcionadas de las que debe responsabilizarse a uniformados, pero, como en los casos muy lamentables de dos periodistas antioqueños lesionados, no es acertado afirmar que se haya tratado de actuaciones derivadas de órdenes superiores dirigidas a atentar contra los medios de comunicación, sino de hechos ocurridos en medio de la confusión, el enardecimiento de los ánimos y la presión de las circunstancias que les hacen perder la serenidad hasta a los más ecuánimes y tolerantes.
Por el mundo circulan imágenes que darían cuenta de un país de bárbaros contra salvajes, de trogloditas contra cavernícolas, de primitivos contra picapiedras. En esas piezas que enseñan porciones y momentos fraccionarios de la verdad no está la realidad objetiva. Los paros, a pesar de los sabotajes por encapuchados y pescadores en río revuelto, revelan la activación de la otra Colombia sometida al manejo improvidente de la economía agrícola y la falta de mínimo criterio de defensa de la producción nacional en los mercados internacionales.
Y esas protestas, que son propias de una democracia así sea incompleta, se han prolongado, con efectos muy negativos (con pérdidas en vidas humanas y heridos civiles y policiales en cumplimiento de su deber), no porque haya un régimen despótico, sino, incluso, por todo lo contrario: Porque desde la cabeza del Estado se exhiben una falta de eficiencia para la anticipación de soluciones, una pusilanimidad para el control preventivo del orden como garantía de la libertad y un aletargamiento extraño para evitar a tiempo que hagan su agosto los boicoteadores y quintacolumnistas.
Si a los colegas que viven en Europa es difícil convencerlos de que nuestro país no es el infierno (así tampoco sea el paraíso) y si no se ve cómo desmentir las invitaciones diarias a los londinenses a "respaldar la causa revolucionaria del pueblo colombiano contra la opresión", al gobierno actual y al siguiente sí que va a resultarles cuesta arriba contrarrestar la renovada, tenaz, agresiva y mentirosa estrategia de descrédito de Colombia emprendida por paradiplomáticos solapados que disfrutan en Europa de todas las ventajas y comodidades que les proporciona el mismo régimen casi ingenuo, que atacan con ferocidad propagandística implacable.
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