Cuando en Belo Horizonte, Brasil, hablaban de "educación integral", subrayaban connotaciones a las que vale la pena dar toda la importancia. Decían que la escuela, más que un edificio, tiene que ser la otra casa de los estudiantes, que la jornada escolar no puede ser sólo para la academia, los cuadernos y las tareas, sino para tantas otras ventanas que, con experiencias vitales, abran un menú amplio de oportunidades para la socialización y el aprendizaje: los clubes para la lectura y la escritura, el teatro, la música, la plástica, el deporte, las salidas pedagógicas, la vinculación con los museos y las bibliotecas, el buen cine, etc. Que seis horas son demasiado para recibir sólo cátedra.
Decían que el aprendizaje, más que en las clases y dentro de los muros de la escuela, se da a través de experiencias informales, preferiblemente conectadas al entorno. La verdad es que no se aprende mucho en las aulas; allí los contenidos apuntan demasiado a las buenas calificaciones, las medallas de honor y al requerimiento final de un certificado de bachillerato. La escuela es apenas un lugar en el territorio educativo y, cuanto más se parezca y se conecte al ambiente de la vida, más fácil y pertinente hará el aprendizaje.
Por eso, reiteraban que la calle es de los estudiantes y, por supuesto, de la escuela. Que las bandas y los combos se han tomado las calles y los parques para el ocio dañino o el consumo de drogas, porque las hemos abandonado, que esos espacios deben ser recuperados como lugares públicos, sitios de lúdica y encuentro, escenas de aprendizaje. Que, en vez de obviarlos, habrá que tomarlos de nuevo.
Al hilo de esa disertación que vinculaba la pretensión de integralidad en educación con la dimensión social y la idea de la "ciudad educadora", con orgullo referí el programa que Medellín viene adelantando con el proyecto, todavía en progresión y extendido a otras ciudades del país, de los "Parques Biblioteca". Léase bien, que en su definición el sujeto es "parques", y "biblioteca" es un adjetivo que explica. Quiere decir que esos escenarios, estrechamente vinculados a las instituciones educativas, las casas culturales, las escuelas de música y los talleres de arte, son, fundamentalmente, lugares de encuentro y lúdica. Allí lo académico es un formidable plus, pero lo esencial es el encuentro comunitario, los espacios abiertos, la vinculación con la naturaleza, salas y auditorios para la reunión asamblearia, para poner sobre la mesa las necesidades, pareceres e idiosincrasia de las comunas. Los libros y los computadores están para que niños, jóvenes y mayores accedan a ellos por placer, porque, disfrutando, aprenden, se comunican, se apropian de la ciudad y se hacen ciudadanos integrales y planetarios.
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