Era una negra gigante. O para no herir a nadie, una afrocubana gigante. Simpática, de ojos grandes, rolliza, con unos antebrazos que bien quisiera un estibador; la encontré a la salida de clases de una escuela en La Habana, mientras recogía a su hijo.
Han pasado casi 10 años. Entonces, Cuba era una isla triste que despedía con cantos ancestrales y bendiciones de madre a millares de hombres y mujeres, jóvenes, que se montaban en balsas rudimentarias para buscar un lugar en un sueño llamado La Florida. Cualquier palo era un remo y cualquier trapo una vela.
Ella no quería irse. Su hijo, de unos cinco años de edad, y el cargo de enfermera en un hospital famoso por tener entre sus pacientes al propio Fidel Castro, la amarraban a vivir, no de tan buena gana, allí.
Luego de inquirirle en varias citas sobre las condiciones de vida del cubano promedio, datos destinados a ilustrar alguna crónica, pronto asomaron temas tales como la eventual presencia de guerrilleros colombianos en centros de atención médica de la Isla.
"¿Conoce a Fabio Vásquez Castaño?", me preguntó. Un día después quiso saber si me interesaba su historia clínica, luego de echarme el cuento de la estrecha cercanía con el alcohol y el divorcio con el sueño del ex hombre fuerte del Ejército de Liberación Nacional. Pero así como había llegado, se esfumó. No la volví a ver en los días siguientes.
Ahora, he vuelto a pensar en ella por una sola razón: el color de su piel. Estoy seguro de que para ella y para muchos más de su raza, la victoria de Obama significa bastante más que la posibilidad del restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos.
Hay discriminación racial en Cuba. No es una novedad. La revolución no pudo con ella, como no pudo con otros temas como la equidad y la libertad. Es un problema. La mayoría blanca siempre mandó, cómo no, durante la larga hegemonía española. Y luego, Cuba fue el último de los países del área en acabar con la esclavitud. Ahora mismo, no hay negros en los altos cargos del gobierno y los turistas tienen poco contacto con ellos. De hecho, relegan, para decirlo de alguna forma, a producción antes que a atención, dice El País de España. El efecto sobre los ingresos se siente. En Cuba, las propinas cambian la vida de una familia.
Y es ahora que me explico un hecho sucedido en el viaje aquél. Entramos los dos a una de las pocas pizzerías que entonces existían. El mesero, blanco él, se negó a atenderla, con el argumento de que el sitio era exclusivo para extranjeros, mientras turistas y jineteras, blancas también, comían en el lugar.
Una mentira tan grande como esa es peor que otra que lleva por dentro uno de los censos más recientes, que asegura que apenas el 10% de la población cubana es negra. Hay cálculos que señalan un evidente uno a uno, entre blancos, por un lado, y negros y mestizos por el otro.
Obama tiene como hacer una revolución en el vecindario. Pero para ello debe dar el primer paso: cesar el bloqueo.
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