Todavía se huele el incienso sobre la tumba de Steve Jobs. Los calificativos sobre su persona y su obra oscilan entre el descriptivo "ícono" hasta el superlativo "genio". Sus méritos han sido expuestos y descritos. Decir que los tuvo, sobra. Basta mirar los indicadores de las acciones o las portadas de Fortune . Tanto su crianza como niño adoptado por una pareja proletaria, como su desgaste físico en vivo y en directo, y su muerte temprana, fueron conmovedores. Aunque no tengo ninguna, sé por el prójimo que sus máquinas son buenas.
Pero haciendo de aguafiestas diré que hay, al menos, tres características de la carrera del fundador de Apple que no son dignas de imitación.
Steve Jobs solo hizo el equivalente al bachillerato y se salió de la universidad en el tercer semestre. Toda la vida se vanaglorió de ese hecho y la única referencia elogiosa que hizo a la escuela fue para un curso de caligrafía. Ni siquiera menciona la utilidad que le reportaron los avanzados conocimientos en ingeniería de su socio Stephen Wozniak. Si cada joven, cada familia, cada generación, asumiera la actitud de Jobs frente a la educación ocurriría una catástrofe social, incluso en el corto plazo.
Lo que no se ha dicho es que a Jobs se le notó la falta de educación en el plano técnico. Jobs no inventó nada; lo que no adecuó al uso personal, simplemente lo copió. En ese sentido Steve Jobs es un buen representante de lo que Tyler Cowen llama el "gran estancamiento" y Jonathan Martin la "gran idea elusiva". Lo que ambos señalan es la carencia sintomática de creatividad, invención y grandes ideas en el mundo desarrollado en las últimas dos décadas.
Steve Jobs construyó de la nada la que hoy es la empresa más valiosa del mundo. Usó un enorme capital social para desarrollarla: toda la informática creada por otras grandes compañías, parte de las ideas de diseño en boga, las nuevas tendencias del software, incluso utilizó el nombre del sello discográfico de The Beatles (Apple), lo que valió algunos dolores de cabeza legales.
A pesar de esto, su principal peculiaridad en el mundo empresarial estadounidense fue su nula capacidad filantrópica. Jobs fue prácticamente el único magnate importante que no dedicó parte de su fortuna a obras sociales, centros de investigación o fundaciones de caridad global. Cualquier basquetbolista de la NBA hizo más por su comunidad que él. En el lenguaje de hoy, eso significa que Steve Jobs nunca supo ni se interesó en eso que se llama responsabilidad social empresarial. Sería nefasto que esa faceta de su personalidad fuera imitada por el empresariado.
Esta falta de generosidad también se evidenció en sus palabras. Sus biógrafos ilustran el mal trato que dispensaba a sus empleados y colegas. En algún momento de la historia Apple se salvó de la quiebra gracias a un crédito de salvamento que le dio Microsoft, pero Jobs aprovechó su famoso discurso de Stanford para insinuar que Bill Gates era simplemente un copietas. Al parecer, gracias no era una palabra de su diccionario, aunque tal vez sea la más necesaria para la cooperación social.
Hasta aquí este pequeño ejercicio de desmitificación.
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