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Los hijos mulatos de un Bolívar estéril

En Mulaló, (Valle del Cauca) juraron con papeles en mano que eran parientes del Libertador.

  • Los hijos mulatos de un Bolívar estéril | Tres de los doce hermanos Tello, nativos de Mulaló, corregimiento de Yumbo (Valle). En los 90 fue declarado patrimonio histórico del Valle del Cauca y nombrado como Pueblito Vallecaucano. FOTO JAIME PÉREZ
    Los hijos mulatos de un Bolívar estéril | Tres de los doce hermanos Tello, nativos de Mulaló, corregimiento de Yumbo (Valle). En los 90 fue declarado patrimonio histórico del Valle del Cauca y nombrado como Pueblito Vallecaucano. FOTO JAIME PÉREZ
11 de febrero de 2012
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Después de una misteriosa reunión con un hombre blanco, este pueblito de negros soltó el secreto que le guardó durante tanto tiempo a Bolívar. Entonces doña Benedicta Caicedo Cuero se convirtió en la principal atracción de ese polvero cuando declaró con donaire que su tatarabuela conoció al padre de la Patria en cueros.

Así volvieron los visitantes ilustres que no venían desde el siglo XIX. Los científicos llegaron a Mulaló con agujas y jeringas y descubrieron que los ancestros de las 17 familias longevas de ese caserío de negros sin cementerio eran africanos del Congo, Camerún y Guinea.

Actores, políticos y periodistas aparecieron en los años 90 a reconocer a Simón Bolívar en su presunta familia. Doña Benedicta no era frentona, tampoco tenía la nariz tan larga ni la nalga chupada como el General.

Aunque a don Simón solo le sacó los dientes blancos y las arrugas en la frente, todos salieron convencidos de que los zancudos mulaleños cuando la picaban sorbían traguitos de sangre de Libertador.

La ceiba genealógica
A la niña Ana Cleofe Cuero -la tatarabuela de doña Benedicta- la compró el hacendado don José María Cuero y Caicedo hace 200 años a orillas del río Cauca. La llevaron a la ceiba del pueblo, donde la ataron con cadenas y le tatuaron con fuego la seña del esclavo.

La ermita donde le sacaron los demonios y los dioses africanos se convirtió en un museo de objetos enmohecidos, unicos testigos de lo que sucedió la noche del 24 de diciembre de 1822 durante la pasión de Bolívar.

Quedó un mortero que prendió la fiesta de bienvenida al Ejército Libertador. El tambor de cuero de chivo cuya percusión fue el eco de los pálpitos alebrestados del Comandante por la cadencia indómita de una bailarina negra.

También conservaron la rústica llave de la suite de la Hacienda Mulaló donde quedaron extendidos una capa de guerrero y un harapo de esclava. Y la lamparilla de aceite que alumbró el enfrentamiento de dos cuerpos que hasta la madrugada produjo varios gritos de independencia y una criatura en el vientre de Ana Cleofe con el sello bolivariano.

Y más de un siglo después en esa sacristía se aglutinarían romerías en busca de las pruebas oxidadas de paternidad.

Los domingos a la salida del museo aguardaban las matronas del pueblo para ofrecer el mismo mondongo de chivo afrodisiaco que cenó Bolívar y el manjar blanco y los suspiros dulces que le dieron de postre.

Los bisabuelos revelaron gratuitamente el secreto de su juventud: "el que beba agua mulaleña vivirá más de cien años". Por eso hubo fila de foráneos detrás de la fuente del chorro de la eterna lozanía.

Los abuelos contaron que el caballo de Bolívar fue muerto y sepultado en Mulaló, y a la tumba de Palomo sus visitantes le enviaron flores. Los adultos aseguraron que el Libertador concedía tres deseos a quien se los susurrara y la gente empezó a hablar sola frente al busto negro de Bolívar.

A los forasteros los jóvenes les relataron que el 17 de diciembre de cada año a la medianoche solía aparecerse un Bolívar sin piyama que daba la vuelta al parque y se hincaba frente al sepulcro de Palomo mientras se oían relinchos melancólicos.

El epitafio de la mascota de Bolívar que murió el 17 de diciembre de 1840 frente a la ceiba donde lo dejó amarrado reza: "Descanse en paz su más noble y fiel amigo. Honor y gloria a su recuerdo".

En el museo guardaron sus herraduras y estribos carcomidos, la rienda suelta e incluso la huella de un paso en falso que dejó Palomo sobre el pantano seco.

En el piso quedó el baúl donde el héroe guardó la espada. Prendido de un clavo, un crucifijo mocho que perdió un miembro en alguna batalla y las tijeras corroídas con forma de cigüeña que cortaron el cordón umbilical de la primogénita.

Manuela Josefa Bolívar Cuero
El primer nombre, Bolívar se lo puso en honor a Manuelita Sáenz, la más célebre de sus amantes y, el segundo, en gratitud a un par de esclavas. Josefa I, la nana que le dio degustaciones de leche materna africana cuando niño. Y Josefa II, su suegra, la que parió a su amante, a la negra de pezones erectos, cuya imagen resultó colgada en la iglesia como si fuera una santa.

"Ella fue la esclava con la que se acostó Bolívar", decían los guías señalando la pintura del templo que convirtió a los feligreses en voyeristas devotos. La fe les hizo creer que aquella campanita antigua fue la misma que tintineó el sacristán para que la familia bolivariana entrara a la misa del 26 de diciembre de 1829.

También, que esa máquina añeja con la que las monjas fabricaban hostias, fue la misma que produjo 'el cuerpo de Dios' que se tragó Bolívar. Y que la partida de bautizo de Manuela Josefa Bolívar Cuero era una primicia divina.

"(...) Bauticé, puse óleo y crisma a la niña Manuela Josefa nacida el día 13 de septiembre de 1823, hija del general Simón Bolívar (...) y de la esclava Ana Cleofe Cuero (...)".

El pergamino lo firmó Antonio Lenis , el capellán de la Parroquia de San Francisco de Cali y lo autenticó, con el sello de la República de la Nueva Granada, el notario mayor de la Villa de Buga, Pedro Pablo José Cabal y Sanclemente.

El manuscrito registró que a Bolívar y al padrino Joaquín Cuero y Caicedo le cobraron dos reales por ponerle nombre y apellido a la niña. Dejó constancia que de regalo a la madre le dieron dos morrocotas de oro y que " por voluntad expresa del padre legítimo su hija llevará para siempre los apellidos Bolívar Cuero".

Y cuando en el pueblo la sangre regurgitaba de vanidad porque sobre cada uno recaía la feliz sospecha de ser pariente del Libertador, un mulaleño disidente denunció a un hombre blanco de ser el autor intelectual del chisme bolivariano.

Hasta ese momento, que Bolívar hubiera fallecido sin descendencia había sido una certeza para la Iglesia. Que fuera infértil, una sospecha para la ciencia. Y que dejara a una esclava preñada, una querella para la versión oficial de la historia.

El hombre blanco secreto
Al arquitecto Iván Escobar Melguizo lo tachó de embustero la Academia de Historia del Valle porque el Libertador era estéril. La Sociedad Bolivariana de Historia le exigió pruebas. Aquiles Echeverri le hizo el reclamo porque el amorío con Ana Cleofe no figuraba en su libro 'Bolívar y sus treinta y cinco mujeres'.

Y el historiador Antonio Cacua Prada , autor de 'Los hijos secretos de Bolívar', también ofreció su concepto. No desmintió que hubiera visitado el pueblito de negros, era un hecho. Pero " de la pernoctada en Mulaló nada se supo que alborotara el chismorreo" , escribió en su pronunciamiento.

"El Libertador no engendró ninguna hija en Mulaló, ni en Cali, Manuela Josefa Bolívar Cuero sólo existió en la creatividad de quien elaboró la falsa partida de bautismo que han difundido, plagada de errores históricos y de mentiras".

Bolívar sí anduvo por el Valle del Cauca pero en enero de 1822 y no en diciembre. Y si Ana Cleofe, parió en septiembre del 23, entonces estuvo 19 meses en embarazo.

"Se ignora cómo harían para traer al padrino, porque el prócer Joaquín de Caicedo y Cuero había sido fusilado en Pasto, el 26 de enero de 1813 -continúa el historiador- el presunto capellán, Antonio Lenis, no aparecía en los listados de frailes franciscanos (...) y San Francisco, en Cali, nunca ha sido Parroquia".

También le quitó a Mulaló el honor de poseer bajo su tierra los restos de Palomo cuando demostró que en 1826 Bolívar regaló su caballo blanco en Lima. Y para terminar de abortar el delirio mulaleño concluyó: "Muy loable la intención que tuvo el arquitecto Iván Escobar de atraer al turismo caleño, vallecaucano y nacional (...) pero falló al falsear la historia".

Ante los cuestionamientos, el señor Iván se sonrió con picardía como si lo hubieran pillado en una mentira piadosa. Solo reconoció que era un historiador deportivo y no hizo ninguna rectificación ni desmintió su versión. Era la suya, en la que quiso creer, nadie podía prohibírselo y Bolívar ya no estaba para denunciarlo por calumnia.

Comenzó el ataque de los académicos y el bombardeo de escepticismo. Con la muerte de doña Benedicta Caicedo Cuero, a sus descendientes les cambió la sangre y el parentesco con Bolívar terminó.

Muchos -no todos- dejaron de creer y dejaron caer la mentira. La fuente de la eterna lozanía la sellaron porque el agua no era potable y la leyenda estaba produciendo diarrea. Al museo histórico Simón Bolívar le quitaron el nombre y lo sacaron del templo. La partida de bautismo de Manuela Josefa Bolívar Cuero la escondieron.

A los guías les cambiaron el guión del recorrido y la versión oficial apagó la chispa. Ya no es lo mismo ver las herraduras de un caballo de la época republicana que ver las chanclas de Palomo. No es lo mismo ver la herramienta de una partera que tener al frente las tijeras que le rasgaron el ombligo a la hija de Bolívar. "Eso es puro cuento", "Era una leyenda", "Fue un invento de don Iván", responden incrédulos ahora cuando les preguntan con ilusión.

Y sin embargo ya era tarde. El rumor del Bolívar ardiente y su fabulosa familia mulata ya se había propagado. El milagro estaba hecho. Llegó la luz, el agua, el alcantarillado, el pavimento y el bachillerato gracias al rastro de un huésped que solo pasó dos noches en el pueblo. De pronto el 'moridero del nada qué hacer' se convirtió en el Pueblito Vallecaucano y en un patrimonio histórico de la patria donde los nativos descubrieron la palabra turista.

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